DE ESCRITORES Y MITOS: SIMÓN BOLIVAR.



Antes de abordar el objetivo de este articulo quisiéramos precisar una analogía que es apropiada con el papel jugado, en la escena mundial del siglo XIX, por una serie de personajes de influencia y acción inolvidables en los países del sur; esto es: los principales actores e impulsores de los procesos de independencia de los países hispanoamericanos: José de San Martín, Bernardo O'Higgins, Agustín de Iturbide, y Simón Bolívar, entre otros. La analogía se corresponde con la mitología griega, una de las variantes que integran la conciencia occidental y, que es también patrimonio del sur desde que Cristóbal Colón encabezó la invasión a las costas del Abya yala (ya lo decía Alvaro Gomez Hurtado, un profundo intelectual y reflexivo político colombiano, que no por ser de derechas se salvó de las hogueras encendidas por los autos de fe de la inquisición, en el medioevo europeo; cuyo fuego subrepticiamente trasladaron a Indoamerica, en las carabelas guiadas por el semita converso de apellido italiano, y que aún arden a causa de la leña que les arriman las contiendas intestinas en las tierras de los Chibchas). La analogía consiste en que los personajes arriba mencionados encarnaron, en el siglo XIX, el mito de griego de Jasón,  quien siendo hijo del rey de Iolcos fue entregado al centauro Neso (figura mítica: mitad caballo y con torso, brazos y cabeza humanos) - cuya sabiduría era extraordinaria-  para ser educado. Cuando el príncipe vivía con el centauro, en una cueva, su padre fue destronado y asesinando por su propio hermano. Cuando creció, Jason viajo hasta las tierras de Iolcos y recuperó el trono sacrificando al asesino de su padre, Pelias, no sin antes arribar a una isla lejana (Colchis) y después de innumerables aventuras obtener una piel de cabra hecha de hilos dorados: el famoso vellocino de oro, y vencer un dragón que escupía fuego por la boca. Sin duda que la analogía es pertinente: este grupo de Argonautas hispanoamericanos rescataron las tierras americanas de manos de los invasores que se las habían apropiado cuatrocientos años atrás, exterminando a sus habitantes originarios. Como Jasón, los lideres que destronaron virreyes y capitanes generales, tuvieron educadores insignes que forjaron en ellos voluntades de acero, que los dispusieron para las epopeyas que culminaron en la formación de un mundo nuevo conformado por las entonces novedosas utopías republicanas. Como el príncipe de Iolcos  afrontaron trabajos y desafíos extra humanos, vencieron los horrorosos dragones de la guerra y obtuvieron, luego de largas e intensas jornadas, sus vellocinos de oro y sus reinos de Iolcos: las repúblicas independientes de hispanoamerica. La epopeya de Jasón  está mencionada en las obras de Homero (La Iliada, La Odisea), de Hesiodo (La Teogonía), de Pindaro (La Pitica IV) y en una de las tragedias de Eurípides (Medea); la épica decimononica hispanoamericana está labrada en las obras que escribieron las personalidades mencionadas -que para lo que corresponde también son autores- y cuya reminiscencia se cultivó en Cartas, Proclamas, Discursos, Memorias, como veremos mas adelante.


Hay creadores literarios que son tales porque tuvieron, en alguna ocasión, la necesidad de expresarse mediante el artilugio de las letras (Jorge Luis Borges, Miguel Ángel Asturias, Octavio Paz, Gabriel García Marques, Thomas Mann, Stephan Zweig, Honorato de Balzac, y muchos más); otros lo son porque buscaron en la palabra escrita las herramientas para cumplir un objetivo de otro orden: pedagógico, político, social, militar, etcétera (Vladimir Maiakovsky, Pablo Freire, Nicolas Maquiavelo, Tsun Tzu, Clausewitz y algunos más). Algunos simplemente trataron de dislocar la fugacidad del tiempo sembrando los hechos acaecidos en una crónica o relato (Ana Frank, por ejemplo). Muchos no pudieron sino escribir ante una situación que no les dejaba otra salida (El amigo del pueblo, diario de Jean Paul Marat; los Diez días que estremecieron al mundo de John Red y muchos más). La mayoría escriben sólo para ganarse el pan, lo que de ninguna manera es reprensible (los respetables periodistas de ayer, hoy y mañana, en todas partes del globo terráqueo, que han escrito sobre lo divino y lo humano; como por ejemplo la colección de artículos de Gabriel Garcia Marques editada con el titulo De América y Europa por la Editorial Norma, de Colombia, o la Obra periodística de Ernest Hemingway). En fin: los motivos para abordar el oficio de empuñar la pluma de ganso y empaparla de tinta o de golpear las teclas (como en las viejas maquinas de escribir) o abollar la pantalla tactil son múltiples y variados, tal como los tienen también quienes no pensaron en convertirse en escritores de fama, porque simplemente escribieron para cumplir una tarea urgente. De este último tenor es la persona de que en este texto nos ocupamos, uno de aquéllos emulos de Jason quien abordó el oficio de redactar para cumplir objetivos políticos, sociales y militares, pero también literarios, dejando una producción tan copiosa que aún, a ciento noventa y cuatro años de su trascendencia, no ha sido explorada y estudiada más que en parte ínfima. Hablamos de Simón Bolívar, de quien la mayoría de los lectores tiene referencias como militar y muy poca como escritor, esto debido a que lo mas conocido de su producción se circunscribe a proclamas, discursos, proyectos constitucionales (al Congreso de Angostura, al Congreso de Cúcuta, al Congreso de Bolivia, entre otros), manifiestos políticos (Carta de Jamaica, Manifiesto de Cartagena), y algun texto con aire literario (Mi delirio sobre el Chimborazo, por ejemplo) que es considerado minoritario dentro de la ingente producción de carácter más pragmatico, de indole militar o política casi siempre. Sin duda un acervo que permite entrever a Bolívar como escritor de importancia; y es que solamente el constituido por sus cartas es monumental como acotamos a continuación: entre 1799 (cuando tenia 16 años) y 1830 (el año de su muerte) se estima que llegó a redactar al rededor de diez mil misivas según los cálculos de Vicente Lecuna, el sistematico recopilador de sus esquelas (aunque no todas se han conservado, perdiéndose las más en los pliegues de las vicisitudes bélicas que hubo de protagonizar). Solamente el volumen de esta producción gana, para Bolívar, la calidad de insigne redactor, sin entrar a revisar la materia de que tratan las misivas en cuestión. Una mirada mas atenta nos revela que en esas esquelas se tocan temas que van desde asuntos familiares, litigios por propiedades, preocupaciones políticas, discusiones gubernamentales, disposiciones legales, ordenes militares, relaciones internacionales, angustias económicas, proyectos en curso de concresión, crónica de hechos bélicos, políticos, o religiosos; discusiones filosoficas, juridicas o de moral publica, hasta situaciones afectivas y otros tantos conceptos más. De esa mildecena de papeles los historiadores rescataron apenas dos mil trescientas cuarenta y dos de la desmemoria, rastreándolas en los más inéditos lugares, recuperándolas de personas insospechadas, obteniendo las de las maneras mas inusitadas, lo que supone más o menos una quinta parte del total de la producción (las otras casi ocho mil misivas posiblemente se hallan perdido para siempre). Precisemos que la necesidad de hacer conocer este acervo documental inició con los propios actores de la escena revolucionaria suramericana: los capitanes de la tormenta histórica actuaron inicialmente, en este caso, como los discípulos del filosofo alemán George Wilhem Frederick Hegel (1770 a 1830) en la universidad de Jena: de los apuntes que tomaron, del curso que aquel impartió sobre las Lecciones de Filosofía Historia, entre 1805 y 1809,  realizaron una recopilación en la cual contaron con los apuntes de los alumnos y las notas del docente, en base a todo lo cual hoy podemos contar con la redacción de  esas Lecciones  que se publican bajo el nombre de Hegel como autor. En el caso de Bolívar, los conductores del ejercito que forjó, en su mayoría Generales y Coroneles, guardaron en sus archivos personales las misivas que les dirigió el lider en su condición de Presidente de Colombia (la grande) o en su calidad de General en Jefe del Ejercito. Terminada la acción bélica, después del deceso del guerrero (1830, curiosamente el mismo año que murió Hegel), algunos de los interpretes de primera linea en esta drama histórico decidieron que era hora de dar al publico algunas de las lineas que integraron el guión, escrito por el caraqueño, y que ellos (cada uno por su parte) habían actuado pero que conocían muy fragmentariamente. Así surgieron las primeras recopilaciones (al modo de las Lecciones que facturaron los discípulos del filosofo alemán), gruesos volumenes en las cuales se presentan las cartas del tribuno integradas en el fárrago de otros documentos del mismo periodo: el Documentario de Jose Félix Blanco y Ramón Azpurua, la colección de legajos que bajo el nombre de Memorias publicó Daniel Florencio O'leary (edecán de Bolívar), y en parte también la crónica que bajo el titulo de Diario de Bucaramanga editaron los herederos del también edecán Perú de Lacroix. En el caso de O'leary este solicitó a sus antiguos compañeros de armas, los conductores del ejército libertador, que estuvieron al mando del forjador de Repúblicas, le aportasen por escrito sus recuerdos de aquella vivencias bélica en que tuvieron participación estelar; y estos nobles valientes, que acababan de derrotar al imperio más poderoso de la época, contribuyeron con la pluma a forjar también la historia labrada con el buril de la palabra escrita. Más resalta en este ultimo caso, en el parangón de las cartas de Bolívar con las memorias de sus capitanes, la sencillez de las redacciones de los unos con la complejidad de las ideas y la concreción del estilo en el otro. Las Memorias de Urdaneta, Páez, Monagas, por ejemplo, son textos que hablan en su generalidad de ordenes militares, de táctica y estrategia bélica, posiciones y movimientos de ejércitos, planes de campaña, batallas, derrotas o victorias; importantes documentos que establecen hitos de necesario estudio en la polemologia y de una ciencia de la guerra con materiales y experiencias autoctonos, pero que muy poco dicen de otros factores. En cambio las cartas del venezolano que en el plano belico diseñó la táctica y la estrategia victoriosa, dicen mucho más que eso: incursionan en campos del saber y de la existencia que no se circunscriben solo a los aspectos del combate: asuntos como la discusión filosófica están presentes en esas esquelas, como también en la Proclamas y Discursos (adiciono el recuerdo de que para la decada de los años ochenta del siglo pasado, en el archivo de tesis de grado de la Escuela de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela, reposaba una con el titulo de La Filosofía de Simón Bolívar de la cual no recuerdo el nombre del autor); se pueden ubicar igualmente opiniones y juicios sobre literatura y reseñas de libros. El caso es que la manera como se abordó inicialmente la recopilación de documentos, cartas y textos, aunado a la filiación castrense de quienes hicieron el abordaje, parece haber tenido gran influencia en que la circunscripción del caraqueño al oficio militar, o político, le ha hecho objeto de un tipo de lectura e interpretación monolítica que termina agotando las posibilidades de otras visiones. Umberto Eco, hablando de teoría de la información, opina que cuando en el mecanismo de transmisión de datos, desde la fuente al receptor de la información -en nuestro caso la fuente de la información es la copiosa obra escrita de Simón Bolivar y los receptores cada uno de los que leemos estos textos-  se introduce una variante en el filtro, agregándole complejidad a la selección de datos en la entropia de la fuente, entonces se produce lo que los técnicos de la informática (o de la antigua Cibernética) denominan ruido, una situación de disonancia que rompe con el método ususal de selección y transmisión de mensajes, dando entrada a los momentos poéticos en los cuales los mensajes obtenidos de esta manera deben ser objeto de interpretaciones novedosas, aportando informaciones cualitativa y cuantitativamente diferentes (1). Este tipo de mecanismo disruptivo, aplicado a la fuente de los textos de Bolivar, ha dado lugar en los últimos años a reflexiones inusuales, diversas de las ópticas renglones atrás señaladas, de las que consignamos aquí estas: El Libertador con el periódico en las manos, del autor Roberto de Sola (2), que examina la labor del escritor Bolívar en oficio de periodista, de columnista polémico y provocador, ofreciendo una faceta nueva a la labor exegetica y literaria. En el mismo sentido de lectura poética, de la información que ofrecen los textos de que aquí hablamos, mencionaremos la que lleva por título: Las más hermosas cartas de amor entre Manuela y Simón (3),  que a través del filtro de la vida afectiva ha extraído de los dos millares de cartas aquellas que se circunscriben a la relación sentimental en que se involucraron Manuelita Sáenz y nuestro autor de marras, adicionando además una serie de misivas que reposaron en el archivo particular de la dama limeña y que un investigador acusioso rescató del mítico pozo aquel en que Platón decía que se sumergían las almas antes de su nueva reencarnación, el pozo de Lete, cuya agua mágica les hacía olvidar todo lo vivido en su existencia arrojando en la desmemoria toda su vida pasada. En este ultimo caso, este hallazgo ha proveido a la exégesis una veta de interpretación que, en nuestra humilde opinión, hace una diferencia cualitativa a la imagen del caraqueño, quien desde la pintura usual nos había sido boceteado con los colores del soldado marcial y castrense, que militaba de mujeriego, inconstante en las relaciones afectivas, hedonista hasta el punto de que su permanencia en el afecto estaba atada a la satisfacción sensual, y conseguido este se desprendia del sentimiento, pero para conseguirlo se le hacía capaz de llegar a ciertos extremos (leemos, por ejemplo, en algún pasaje ad hoc, escrito por Francisco Herrera Luque, que como General en Jefe hizo detener un barco en la costa oriental por unos días, en alguna de las expediciones a los cayos, hasta que arribó su amante: Pepita Jiménez, provocando la justa ira de sus compañeros militares de a bordo por el atraso de los planes de invasión militar, de donde el concepto de Pepita cobró el significado sexual que desde entonces es de moneda común en Venezuela). Desde la lectura de las cartas cruzadas entre la pareja surge otro rostro del ser humano Bolívar que no se corresponde con el machista, inconstante en afecto y hedonista: de las confidencias de ese ser humano a su edecán, Perú de Lacroix, surge una expresión afectiva profunda respecto a su sentir por la limeña - "la amo", confiesa el duro guerrero a su compañero de armas; confesión muy inusual entre militares en campaña (la hace en momentos en que enfrentaba la rebelión de lo santanderistas que culminará en el atentado a su vida, en septiembre de 1828: momentos de máxima tensión política). La confesión al camarada de oficio será confirmada por las misivas intercambiadas con el objeto de su afecto, en las cuales desde el lenguaje se va proyectando una luz esclarecedora sobre los matices, los claroscuros del alma del escritor que sin duda tienen proyección sobre su ser politico-militar.


Bolívar escribió porque su elección existencial lo empujó a colocar en letras sus pensamientos: quizás el predominio de la interpretación política-castrense   en los exégetas de sus escritos no sea más el influjo del reflejo que predomina en estos sus textos; en las más de dos millares de esquelas que se conservan el tema está presente: resoluciones de hacer la leva, de reclutar a como de lugar, de mantener en condiciones saludables los contingentes, de movilizar la tropa cuando el lugar es insalubre, de conseguir las raciones para alimentar los uniformados, de ejercitar a los bisoños y de comprar (mejor) o secuestrar (solo en casos extremos) ganado a objeto de suministro alimentario, de evitar que la deserción o las enfermedades endémicas diezmen los contingentes, de obtener equipamiento y bagajes para los enlistados, de conseguir y conservar armas y municiones idóneos, de preservar la pólvora y los alimentos de la humedad que todo lo destruye, de adquirir forrajes para el engorde de los caballos y mantenerlos en buenas condiciones para el uso de los cuerpos respectivos, de obtener caballos para integrar cuerpos de caballería sin los cuales la guerra se hacía en inferioridad de condiciones, de conseguir herrajes a tiempo para no someter los cuadrupedos a un desgaste vital apresurado por la calidad infame de los terrenos en que tenian que empeñarse las batallas, de ordenar quien debe comandar la expedición en tal o cual acción, de saber quien es el oficial más idóneo para sostener esta o aquella posición, de describir que el arrojo de un subalterno lo hace invencible en el combate pero sus pocas luces intelectuales lo hacen inane en el momento de la negociación, de urgir para que se construyan los transportes fluviales, de suplicar para que se envíen transportes con tropas de refresco desde el norte al sur o para que se movilicen batallones en sentido contrario, de exhortar a los jefes militares a que tomen decisiones racionales e idóneas en el desempeño de sus comisiones, de amenazar a sus adversarios con las mas terribles consecuencias si no entregan la plaza sitiada, si no convienen en la rendición, si no colaboran en la concresión de la Paz, de ordenar la concentración de tropas y la espera de condiciones idóneas para emprender acciones bélicas, el comando de las cuales se reservaba cuando las condiciones lo permitían. Quizás el predominio de estos elementos en sus esquelas, unido a su letanía de que el sólo era un militar y de su público y notorio repudio del mando político (en innumerables esquelas enviadas al Congreso de Colombia, al general Santander o a sus comandantes, amenazó con renunciar o renunció de facto, aunque diezmil veces le rechazaron el abandono de la responsabilidad) hallan influido en que se le lea desde esta óptica parcial. El hecho es que, a despecho de sus mismas convicciones, los escritos del lider Caraqueño son susceptibles de otras lecturas: casi podríamos decir que él mismo, Bolívar, no tuvo dimensión del alcance literario, propiamente humano y no solamente político o castrense, de sus textos porque no abordó estos aspectos, porque sus preocupaciones fueron primero convertirse en líder valido en el campo de guerra (1810 a 1813), después sostener esta calidad (1813 a 1819) y luego terminar la obra sin demeritar la gloria conseguida en los campos de batalla (1819 a 1824), para culminar cuidando el perfeccionamiento y la unidad de la obra (1824 a 1830). Bolívar militar y político no parece haber tenido conciencia, o la tuvo en muy poca estima, de Bolívar literato, creador literario, critico de literatura o redactor de otro tipo de textos diversos de los castrenses.


"Adorada y consentida Manuela.

Tu carta del 29 de septiembre me ha robado el corazón. Solo puedo responderte con la virtud de mi vejez  (Bolívar contaba entonces 43 años) con la cual me siento obligado a idolatrarte. Tu prueba de amor siempre me fue dada. Tu insistes en la declaración eterna de mi amor a ti. Manuela mía, ¿acaso crees que olvido tu inquisitiva mirada, cuyos ojos arrebatadores sobre el óvalo, de tu rostro avivando, lo suculento de tus labios? ¡No!"  (4). En otro poema, en alterna esquela, le confiesa: "aún añoro esos besos tuyos y tus fragancias"  (5). Alternativamente recordaremos que alguna de las muchas mujeres que compartieron su lecho con Napoleón Bonaparte contaba que, el entonces triunviro, ingresaba a la habitación y sin protocolos y con gestos imperativos urgía que la dama se desvistiera; después se apresuraba en el coito y en breves momentos eyaculaba, para luego vestirse apresurado y salir raudo tras alguna importante tarea política o militar que abordar. He aquí el poder despojado de las cuitas de Eros, la voluntad de poder, de que hablaba Nietzche, cruda y desnuda, inerme en su incapacidad de sentimientos más allá de la urgencia carnal, con humanidad circunscrita a los cálculos del ejercicio gubernamental, con la mera e intensa necesidad de ser reconocido sin ser amado, con el predominio del ego que exige sumisión y no dispone de momentos para reconocer afectos que superen el umbral del temor cerval. La incapacidad de proveer afecto, del héroe francés, contrasta con la sensibilidad de Bolívar, con la finura para penetrar en el alma de su amada y con la delicadeza para desnudar el propio sentimiento. Para mayo de1823 el Marqués del Toro, amigo dilecto de Simón Jose Antonio de la Santísima Trinidad (nuestro caraqueño con su nombre de pila extenso), recibió una esquela donde su amigo entrañable se pesaba del deceso de Francisco, hermano del Marqués, diciendo del recién fallecido: - "he perdido a mi primero y mejor amigo" ,  para después agregar con infinita pesadumbre: - "parece que se ha verificado la fabula de Saturno: la revolución se está comiendo a sus hijos, los más los ha destruido la espada y los menos han perecido por la hoz del infortunio, mas cruel que la atroz guerra"  (6). También aquí, en la expresión de la pesadumbre ante el infortunio, resalta la diferencia del hispanoamericano con el guerrero galo: Napoleón elevó sus capitanes a las cumbres, los coronó reyes, los hizo poderosos sátrapas, pero a cambio de que sirvieran como carne de cañon, de que se inmolaran en las tormentas de la guerra en Austerlitz, Wagram, Waterloo. La asociación con este guerrero era un pacto con la muerte a cambio de fama y fortuna. Por eso cuando llegó la hora oscura del pequeño general corzo, los antiguos capitanes prefirieron conservar sus tronos y el héroe periclitado quedó solo en su exilio de Santa Elena. Bolívar por su parte tejió amistad estrecha con sus subalternos: lejos de tomar distancia profesional se interesaba en las vidas cotidianas  de los suyos, lejos del cuartel, al margen del campo bélico: felicita al oficial de origen irlandés que contrae nupcias con la hermana del margariteño Arismendi; se congratula con Urdaneta cuando este supera la crisis de mala salud y se recupera para volver a la labor; felicita al coronel Clemente por sus próximas nupcias y le concede el permiso necesario para la preparación; sorprende a su edecán de Lacroix cuando le dice que no puede acompañarlo, al salir de Bucaramanga, porque tiene que quedarse a departir con su mujer e hijo que acaban de llegar; exhorta al vicepresidente de Colombia a dotar, a la viuda de Camilo Torres, de una ayuda económica de por vida para sacarla de la miseria en que quedó luego de que los españoles asesinaran a su esposo; le dice a su antiguo mucamo que entregue una maleta con equipaje y alhajas a Pedro Gual (quien después sería presidente de Venezuela) para que venda aquellas pertenencias y con el dinero obtenido pueda emerger de la atroz ruina económica que lo subsumía; se conduele con la bancarrota de Soublette, su ayudante en la presidencia de Colombia, e increpa al Ministro de Hacienda para que le paguen los sueldos atrasados.  Cuando la hora del exilio se aproxima estos, sus amigos más que sus subalternos, están acompañándole, jugándose la suerte a su lado, como lo atestiguan esos testimonios dramáticos grabados en la eternidad de las cartas. Todos están prestos a acompañarlo en el exilio, a no dejarle solo en la hora aciaga y únicamente la reflexión del propio tribuno los hace volver por la senda de sus destinos particulares: no permitiría que se inmolasen por el; mientras que Bonaparte los sacrificó, inmisericorde, hasta en Waterloo a su regreso del primer exilio.


Eurípides, en su tragedia titulada Medea, cuenta una variante del mito de Jasón: el héroe se enamora de otra mujer y se aleja de la que lo ayudó, con sus artes mágicas y su sabiduría, a superar las peligrosas aventuras en la isla de Colchis. La fémina, herida en lo mas íntimo, iracunda y celosa, determinó envenenar a la que le arrebataba el amor de manera artera, para después asesinar con sus propias manos a los dos hijos que había procreado con el héroe griego. Nuestra Medea, la dama limeña Manuelita Sáenz, le dará un giro autóctono al tema trágico: cuando una noche de septiembre, de 1828, los dragones de la traición intenten asesinar a Bolívar, en Santa Fe de Bogotá, ella empuñará la espada y se enfrentará a los traidores, conteniéndolos y dando tiempo a su Jason para que pueda sobrevivir a la acechanza. De este lance y otros hablan también las misivas del escritor Bolívar, textos que eternizan en celulosa y tinta la vuelta a escena de las antiguas y eternas tragedias, con sus variantes adaptadas al gusto del siglo XIX, con sus héroes y heroínas trágicos actuando una vez más los invariables temas. Aunque ya no sean los Sofocles, Esquilo o Eurípides los relatores escogidos por los dramas para ser rubricados; en este distante siglo XIX los nuevos Jasones y Medeas, del siglo (Bolivar y Manuelita) con gusto dilecto, eligieron ellos mismos escribir la actualización de aquellos antiguos mitos, adornándola con rasgos castrenses o raptos humanistas, ad usum.

Notas:

(1) Umberto Eco,  LA ESTRUCTURA AUSENTE: INTRODUCCIÓN A LA SEMIOTICA,  Editorial Lumen, Madrid, 1978.


(2) Roberto de Sola, El Libertador con el periódico en las manos,  Fundación editorial el perro y la rana, Caracas, 2010.


(3) Las más hermosas cartas de amor entre Manuela y Simón , compilación de Carlos  Álvarez, Fundación editorial el perro y la rana, Caracas, 2006.


(4) Las más hermosas cartas de amor entre Manuela y Simón , pag. 86.


(5) Ibíd., pag. 94.


(6) Simón Bolívar, Obras. Cartas, proclamas y discursos, volumen II, Ediciones de la CanTv, Caracas, 1982, pag. 761.


20 de julio de 2024.

Magocon.



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