DE ESCRITORES EXTRAORDINARIOS: UMBERTO ECO (1)

 

El Renacimiento es una época inusual en la historia de la civilización occidental: después de la milenaria y pesada capa de monástico silencio, del medioevo (siglos V al XV d.c.), de repente un grupo de inteligencias iluminaron el panorama intelectual y estético con producciones culturales que aún hoy, a más de quinientos años, asombran a quienes se asoman al tablado donde se desarrolló el drama del prodigioso siglo XV. Los renacentistas fueron creadores proteicos cuyas producciones se vertieron en los más diversos y originales moldes; después del milenario espacio de tiempo dedicado exclusivamente a los temas cristianos, plagados de anunciaciones, éxodos, pesebres, madonas con párvulos, belenes, reyes magos, conversaciones en el templo con los sabios, predicaciones, doce apostoles, entradas en Jerusalén, traiciones de levitas, juicios, crucifixiones, resurrecciones y ascensos al cielo, pintados en los muros, grabados en la estatuaria, cantados a voz de cuello por los monjes, en los recintos de catedrales, conventos, claustros, iglesias y capillas;  temas, repetimos, que saturaron la intentio autoris  en las multiples disciplinas culturales: por ejemplo, en la estatuaria que ornaba las entradas de los petreos templos góticos y en la estructura de las mismas edificaciones, con sus representaciones de santos y diablos adornando frontispicios, paredes y altares, con sus torres en punta que señalaban al cielo recordando la vida del más allá y olvidando el más acá que hacía vida en las calles, comercios, casas particulares de los burgos y los campos; también en la pintura al oleo o al fresco, que aún desconocía las reglas de la perspectiva o del difuminato en la aplicación del color, que en la arquitectura del lienzo cubría sus modelos humanos de la mas variopinta textilería, intentando borrar tras esplendorosos trapos la humanidad carnal, llena de vida, de experiencias reales, de sexualidad reprimida y negada; igualmente en los textos escritos, que los laboriosos copistas pregutemberianos reproducían, ahítos de mística, de hermetismo, de sermones y de oraciones, pero dejando en el secreto de las miniaturas pintadas a mano ilustraciones subrepticias por  culposas, prohibidas y herejes, de diábolos o de lubricos desnudos femeninos; y no olvidemos la musica sacra, en que las armonías gregorianas  deliciosamente interpretadas por los coros suplía las ausencias de técnicas que produjeran, diseminaran y ampliaran la potencia vocal, ilustrando la armonía de las esferas celestes de que hablaba el dogma aristotélico cristiano, para efectos públicos de los feligreces asistentes a los tedeums, las misas, los oratorios y otras ceremonias, mientras los campesinos y pueblo llano cantaba canciones "indecentes" que hablaban de coitos, de pantagruélicas comilonas, de sacerdotes y monjas libidinosos. Sobre este espeso muro, compacto de producciones culturales, debió proyectar su luz el conjunto de personalidades que conformó el dramatism personae  de los cultur's plays renacentistas: Leonado Davinci, Miguel Ángel Buonarroti, Rafael Sanzio, Marcilio Ficino, Pico de la Mirándola, Nicolás Maquiavelo, Giovanni Boccaccio,  y tantos más sobre los cuales cualquier manual de la mal llamada historia universal, o de historia del arte y la cultura, nos puede noticiar. Drama renacentista en el que mientras estos actores nombrados desplegaban el guión que, mas tarde, profundizarían las ciencias, las artes, la técnica y las demás disciplinas que conforman el corpus del saber moderno; mientras esto sucedía paradojicamente, en artilugios de navegación que la inventiva de estos creativos nuevos sabios había facturado, las ligeras y funcionales carabelas,  se desplazaban hacia mundos desconocidos por los europeos un grupo de arriesgados navegantes que surcaron mares temidos, donde la Atlántida de leyenda debió estar ubicada, pero que viajaban inficcionados por la amoralidad frente a la muerte (del otro como a la propia) que los peligrosos tercios españoles habían desarrollado como segunda naturaleza, que además portaban consigo el virus de enfermedades endémicas (luego diagnosticadas por Federico Nietzche como la voluntad de poderío, agravada por la maligna fiebre de oro), epidemias que inmolaron en los altares del Moloch del naciente capitalismo mercantil el noventa por ciento de los nativos pueblos originarios del Nuevo Mundo, en aquel choque de culturas que sucedió al arribo de Colón, y sus huestes de excarcelados, a las costas de la tierra de gracia (nombre que le dio el mismo Christophoro Colombo a nuestro continente). El renacimiento fue, entonces, inventiva de artistas, creadores y científicos en ciernes, financiados con el oro y plata expoliados de América y trasladado a Europa, amasado con la disminución forzada de la población autóctona  (por obra de la sed homicida de los tercios, por enfermedades, por forzado trabajo extenuante, por esclavizacion) de las tierras del Nuevo Mundo,  bajo el empuje irresistible de la vocación de poder de la burguesía mercantil ávida de riquezas; todo un complejo de vectores. Por motivos de exposicion, y de espacio, obviemos momentaneamente los factores políticos y económicos y volvamos a los dramatis personae:  decíamos de estos que fueron individuos de cualidades personales sobresalientes que los colocaban por encima del común, reuniendo en su personalidad, cada uno de ellos, una diversidad de características que se complementaban: Leonardo, por ejemplo, fue pintor, pero también escultor, como fue arquitecto e investigador en el área de la ingeniería mecanica, inventor y diseñador de una serie de aparatos y máquinas que van desde la bicicleta hasta el helicóptero, pasando por planeadores y rudimentarios tanques de combate militares, proyector de puentes, de obras de ingeniería hidráulica y diseccionador de cuerpos con intención de estudios anatómicos que dejó plasmados en dibujos artisticos para la posteridad, entre otras actividades. El ejemplo de Davinci se replica en los revolucionarios representantes del arte y la ciencia del siglo XV; mas a partir del siglo XVI la especialización de las disciplinas  va dejando en el recuerdo la figura proteica de estos portentos. 


Sirva la anterior introducción, un tanto barroca, para proyectar la personalidad del intelectual que en este articulo nos ocupa: cuando los extraordinarios gigantes del humanismo renacentista eran sólo un dato de historia acontecida hace cinco siglos, Umberto Eco (1932 a 2016) surge a la vida de las letras para ilustrar, con su recorrido vital, la senda de los pretéritos creadores humanistas, incursionando en una diversidad de disciplinas para provecho de los estudiosos y lectores del orbe. Personalidad renacentista, tardiamente surgida en la primera mitad del siglo XX, demostró aptitudes para la bibliofagia que le permitieron dejar monumentos literarios en los campos de la semiótica, la filosofía, la sociología, la teoría y la critica literaria, la lingüística, la poesía, la crónica y la producción novelística, entre otras. Especialista en la filosofía y la literatura medieval, su hambre de conocimiento lo llevó a coleccionar una biblioteca que monta la cantidad de cincuenta y cinco mil volúmenes, dentro de la cual adquirió un numero de treinta y seis incunables, esto es, textos copiados e ilustrados a mano, facturados antes del primero de enero del año 1501 (de valor cultural y monetario incalculable), antes de que comenzara a funcionar la invención de Gutemberg. Esta característica sanciona aún mas su cualidad de renacentista nacido a destiempo, con quinientos años de retardo, conocedor de la ciencia medieval de la que extrajo la episteme desde la cual cimentó parte de sus teorías semióticas, como también argumentos de su novelística destacada, de esto después comentaremos. Como Leonado, nuestro Umberto Eco fue italiano. Ambos se dedicaron a la invención de maquinas: las del florentino como inventos mecánicos que, en su mayoría, plasmó en bocetos diseminados en sus cuadernos, donde quedaron como utopías futuristas; las del piamontés (Eco había nacido en la ciudad de Alessandria, en el Piamontés italiano) en maquinas productoras de sentidos, definición que se da de los libros en la ciencia que tiene como objeto la producción de signos, la semiótica. Como Aristoteles Eco fue un megabibliofago: devorador de libros de talla descomunal, que no solo degustaba los bocados de celulosa de los autores reconocidos internacionalmente: un día sorprendió a un periodista al mencionar haber leído un texto sobre EL ESTILO LITERARIO DE MARX, de Ludovico Silva, un autor que pocos lectores fuera de Venezuela conocen. Como estudioso de las letras precientificas, hurgó en los jardines de las teorías alquímicas, y de las construcciones herméticas, para erigir estructuras argumentales que agiornaban los dogmas de Paracelso, Madame Blavatsky, Hermes Trimegistro, Eliphas Levi, como de los Templarios, Cátaros, Albigenses, y otros representantes de las utopías cristianas o de los misteriosos cabalistas del mismo estilo, para con ellos plasmar textos tan plenos de vitalidad como de contemporaneidad. Como cronista aplicó el escalpelo de las diversas disciplinas, que conocía, a la exégesis de los acontecimientos de la historia contemporánea, de la costa mediterránea donde nació como del universo globalizado donde vivió, dejando opiniones que lo mismo hablabann del futuro posible de la Europa post-mundo comunista, y del pretendido mundo unipolar y el final de la historia (Francis Fukuyama dixit), como del futuro del libro en un universo de masivas producciones de textos virtuales.

La producción del italiano (el del siglo XX, no el del siglo XV) se desgrana en mas de una cincuentena de títulos de los que mencionaremos escasos, pues la extensión de esta entrada no podría contener la copiosa cantidad de títulos que se le deben, mucho menos la reseña de ellos. En el ámbito estético incursionó en la investigación de las manifestaciones artísticas surgidas en la primera mitad del siglo XX, de cuya preocupación surgieron textos como OBRA ABIERTA (1962), conjunto de ensayos donde examina las producciones de la plástica, de la pintura, de la musica, que se constituyen como forma expresiva desde la intención del espectador o consumidor, por contraste con las producciones de épocas precedentes que, desde la teoría clásica, se realizaban como forma artística desde la intención del autor o autores. De cierta manera este texto continua la indagatoria del autor en la linea que había iniciado con su obra LA DEFINICIÓN DEL ARTE,  titulo que se le dio a un grupo de ensayos done amplia su tesis de grado, titulada: EL PROBLEMA ESTÉTICO EN SANTO TOMAS DE AQUINO (1952) con la cual inició su incursión en el campo de las teorías estéticas; también esta preocupación es, en parte, el tema de LECTOR IN FABULA  (1979). Su interés en el campo de la semiótica - campo en el que se desempeñó como docente en la Universidad de Bolonia durante varios años - se vio reflejado en títulos como LA ESTRUCTURA AUSENTE: INTRODUCCIÓN A LA SEMIOTICA. (1978).  Una visión mas focalizada en algún campo de la teoría de los signos, el de la construcción del texto desde la óptica del lector, está presente en LOS LIMITES DE LA INTERPRETACIÓN  (1990).  Sus puntos de vista filosóficos se pueden evidenciar en DE LOS ESPEJOS Y OTROS ENSAYOS,  donde las teorias del argentino Jorge Luis Borges se dan la mano con los dogmas escolásticos. Sus concepciones sociológicas ven la luz en APOCALIPTICOS E INTEGRADOS  (1964),  texto en el que se se exponen las tendencias de comportamiento en la sociedades de masas bajo la influencia de los mass media. Como cronista produjo multiples articulos vertidos en diarios, revistas y otras publicaciones, que abordaban casi siempre temas del momento, mencinaremos un grupo de estos recopilados en un opusculo publicado bajo la denominación de DIARIO MINIMO  (1963),  donde trata temas tan diversos que van desde la amoralidad del científico creador de los cohetes espaciales, el aleman Werner von Braun, hasta un brevisimo estudio sobre la estética de los espectáculos de strep tease. Tambien la incognita del futuro de la religion, en un mundo cada vez más descreído, lo llevó a dar su aporte en un volumen de autoría colectiva impreso con el titulo de: EN QUE CREEN LOS QUE NO CREEN.  A partir de cierta época Umberto Eco se interesó por la producción literaria e incursionó en la novela, producto de cuyo esfuerzo dio a la imprenta varios títulos, de los que a continuación mencionaremos los siguientes: EL NOMBRE DE LA ROSA  (1980), EL PENDULO DE FOUCAULT  (1988), LA ISLA DEL DIA ANTERIOR  (1994), LA MISTERIOSA LLAMA DE LA REINA LOANA  (2004), y EL CEMENTERIO DE PRAGA  (2010) y NUMERO CERO  (2015). Nuestro autor se definió a sí mismo como un medievalista (especialista en filosofía y literatura medieval) que por por razones de supervivencia incursionó y se especializó en la semiótica, lingüística y otras disciplinas actuales. Esta autodefinición aparece en un ensayo suyo nominado APOSTILLAS A EL NOMBRE DE LA ROSA,  publicado como aclaratoria a las cuestiones que planteaban los lectores de la novela de 1980. Pero si bien se define medievalista, es evidente que su planteamiento es renacentista, por la diferencia en el foco de sus indagatorias, pues conoce la filosofía y literaturas de la época pero innova a partir de ellas, creando novelas y ensayos muy actuales, muy del siglo XX, en impensable operación para los especialistas estudiosos de este sector del conocimiento, que se dedican en general a la exposición de doctrinas o la apología de los dogmas. Otra característica que define su postura renacentista es, como afirmábamos en la comparación con Leonado, su manejo de multiplicidad de temas con una amplitud de criterio que lo convierte en un pensador universal capaz de proyectar las luces de la intelectualidad gótica, patrística, o medieval - le es indiferente - sobre los mas inusuales objetivos de índole moderna y postmoderna obteniendo logros tan inusitados como el procedimiento empleado.


EL NOMBRE DE LA ROSA  surgió de las imprentas al comienzo de la octava década, del siglo XX. Entonces no se auguraban aún los acontecimientos que cambiarían la faz de la historia; vale decir, entre otras cosas, Francis Fukuyama, el conspicuo creador de la teoría del fin de la historia, era aún un catedrático desconocido en la pléyade de la vida intelectual. 1980 fue el año en que se celebraron los juegos olímpicos en la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), y el mundo comunista lucía, en esta cita deportiva internacional, una vitalidad que no hacía sospechar la debacle que sólo nueve años adelante la borraría de la contemporanidad. La novela negra, o novela policíal, desde los años cincuenta venía trazando un camino propio que la llevaría a ser considerada objeto de estudios especializados dentro del campo de la literatura. Las aventuras de agentes secretos que se jugaban la vida, en el mundo del espionaje que operaba entre agencias comunistas (la KGB) v.s. las capitalistas (CIA) era la modalidad de preferencia con tiradas de impresión gigantescas que, por ejemplo en el caso de EL ESPIA QUE VINO DEL FRÍO, de John Lecarre, alcanzó la extraordinaria cifra de diecisiete millones de ejemplares, desde el momento de su publicación en 1963 hasta 1965. Ian Fleming, con su recordada saga de James Bond, había preparado el campo a Lecarre, aunque las tiradas de impresión del espía ingles no habían pasado de cuatro millones de ejemplares. Eco nos cuenta que había sido capturado por las tramas de Nero Wolf, el detective hijo de la imaginación de Rex Stout. Pero su creatividad se volcó en el sentido de su interés intelectual sobre los temas medievales antes que sobre los contemporáneos. El semiologo relata así su decisión de escribir su primera novela:

“escrbi una novela porque tuve ganas. Creo que es una razón suficiente para ponerse a contar. El hombre es por naturaleza un animal fabulador. Empecé a escribir en marzo de 1978, impulsado por una idea seminal. Tenía ganas de envenenar a un monje” (Umberto Eco, APOSTILLAS A EL NOMBRE DE LA ROSA, Editorial Lumen, pág. 7). 

Catedrático en el área de semiotica, Eco se propuso realizar una trama que no fuese solamente aceptable para el público consumidor, sino que además hiciera el papel de revulsivo de los estándares habituales; por esta razón cuando su editor le aconsejo cortar unas cien páginas del texto en la que profundizaba en temas de filosofía medieval (y cuya ausencia no hubiese estorbado, para nada, la trama puramente policial) se negó: su intención era proponer un texto que desafiara los sentidos trillados, una apuesta intelectual a otra manera de narrar que propusiera sentidos diferentes al disfrute del black roman. El desafío literario, del escritor italiano, se concretó en un texto que puede ser leído o cuyo mensaje puede ser decodificado en varios sentidos: se puede hacer de él una lectura policial (la que se evidencia, por ejemplo, en la película filmada 1986 bajo la dirección de Jacques Annaud y con Sean Connery en el papel de Guillermo de Baskeville) en la que suceden varios asesinatos de monjes, en una abadía, y un monje sigue las pistas del asesino hasta identificarlo, pero antes de que lo apresen, el homicida incinera la biblioteca y muere dentro de la gran hoguera del incendio, en el que también se destruye el monasterio. Otra lectura, de tipo filosófico, expone a los espectadores el tema de las contradicciones que se generaron entre las autoridades de la iglesia (dadas a la corrupción y al lujo, pero protegidas por la autoridad política cuyos intereses ideologicos resguardaban) y los movimientos de base (mendicantes) que reclamaban una vuelta a los dogmas de la vida sencilla, rechazo del lujo, identificación con la imagen de Jesús de Nazareth, que tuvieron lugar durante el siglo XIV y la aparición de sectas que se apartaban de la autoridad eclesiástica para fundar comunidades, llamadas sectas herejes y perseguidas, reprimidas por la iglesia oficial (dolcinianos, lolardos, beguinos, y los penitentes que refleja Eco en el texto). Hay además una lectura e interpretación de tipo hermético, que alude a los dogmas apocalípticos: Jorge de Burgos (el formal homicida) se hace transmisor de estos contenidos, pues se menciona en el texto su autoridad como comentarista del libro de San Juan. Más allá de la circunstancia textual, desde las lecturas que del libro, en cuanto “máquina generadora de sentidos” que hemos hecho, el apocaliptico incendio de la abadía y su biblioteca, se analogan en sinonimia temática, a la hoguera universal en que Nathaniel Hawthorne hace incinerar todos los artículos que los seres humanos habían producido en muchos siglos de cultura, artículos entre los cuales figuran también los libros y que arden en una pila descomunal levantada en alguna llanura de Norteamérica. El recurso aparece en el cuento titulado EL HOLOCAUSTO DEL MUNDO. Trascendiendo el plano puramente literario, las quemas de libros o bibliotecas se produjeron  antes de que nuestro autor piamontes escribiera su ficción, por ejemplo en la Alemania nazi, en la perversa jornada de la cristalnacht, sucedida en los años treinta, cuando los militantes del credo facista quemaron millones de textos (judíos, literarios) en hogueras inmensas (cuál el modelo de Hawthorne) en Berlín y muchas otras ciudades. Más cercano a nosotros, y más iluminador de lo ilustradora que puede ser una imagen literaria, es la destrucción de la biblioteca de Bagdad tras la invasión de tropas norteamericanas a Irak, el otrora país del califa Harum Al Raschid, habitante de las inolvidables historias de LAS MIL Y UNA NOCHES. Dramáticamente la sinonimia temática de la arquitectura monastica incinerada y derrumbándose a pedazos se trasluce en las torres gemelas, el luctuoso 11 de septiembre, en que Nueva York y el mundo fueron testigos de la barbarie que marcaba la apertura al siglo XXI. Dramatismo acentuado si recordamos que un presidente iraní (Amadineyad) denunció, desde el podio de la ONU y ante las cámaras de las televisoras del mundo, que el de las torres gemelas había sido un autoatentado, planeado y ejecutado por servicios de seguridad norteamericanos para poder argumentar su estrategia política de guerra total a los países árabes: no podemos evitar señalar el eco literario del Jorge de Burgos, guardián de la biblioteca, incendiando él mismo el recinto empujado por sus demonios obsesores. Umberto Eco no dejó de reconocer, y nosotros con el, que su novela produjo más sentidos e interpretaciones de los que el creyó posibles cuando su Sherlock (Guillermo de Baskerville) lo eligió para dar a conocer, al mundo moderno, sus andanzas en el universo medieval.


26 de junio de 2024.

Magoc.



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