DE ESCRITORES HOMICIDAS (2).

La polis griega, la primera democracia de que se tenga historia, funcionaba desde la existencia de una dinámica de valores inherentes a la calidad de la ciudadanía: templanza, prudencia, sabiduría, justicia son elementos que definen la existencia del ciudadano y que operaban como complementos, en unidad armónica, haciendo posible la concepción del habitante como un individuo que posee virtudes (areteia). Esta definición separaba y distinguía al nativo de Atenas (virtuoso y obediente a la ley) del oriundo de Esparta (afecto al gobernante o tirano y dispuesto a la guerra). Más aquella existencia signada por la virtud, dentro de los muros de la ciudad, era colocada en suspenso con ocasión de la guerra, en el momento de la defensa de la polis frente a los ataques de las ciudades o naciones adversarias (Esparta, Persia) y entonces todas las virtudes se resumían en una: el valor (andreia), la virtud que se materializaba fuera de los muros de la ciudad, donde se operaba la acción de defensa. También simbólicamente los muros que rodean la polis se trasladaban al muro de escudos que rodeaban a los defensores de la ciudad: los valerosos y temidos hoplitas, la infantería del ejército ateniense. Esto para poner a cubierto el nombre de escritores helenos (dramaturgos y filósofos) que en la defensa de la ciudad empuñaron la lanza, la espada, el escudo y se colocaron el casco, la cota y las grebas; y que seguramente ultimaron enemigos en alguna de las acciones bélicas en las que estuvieron involucrados; pero no pueden ser calificados de asesinos: cuando la matanza se perpetra en la lid, en ejercicio de la andreia, el perpetrador es exculpado. Así en su momento desempeñaron el papel de hoplitas muchos escritores atenienses, para quienes el acarrear la muerte, a los adversarios de la ciudad, fué una experiencia honrosa que demostró hasta dónde eran poseedores de la virtud del valor. Podemos nombrar, por ejemplo, a dramaturgos como Esquilo (525 a 456 a.c.), autor de Los persas, Los siete contra Tebas, La Orestiada, quién se destacó como soldado en las batallas de Maratón (490 a.c.), Salamina (480 a.c.) y Platea (479 a.c.). Los estudiosos de su obra estiman que escribió alrededor de noventa dramas, de los cuales sólo siete han sobrevivido hasta nuestra época y el resto están irremisiblemente perdidos, excepto algunos fragmentos copiados por otros autores de la época. También Jenofonte (431 a 354 a.c.), autor de Las Helénicas, Anabapsis o retirada de los diez mil y Recuerdos de Sócrates, entre otros, fue hoplita y sirvió como mercenario en las guerras entre los hermanos pretendientes que se disputaban el trono persa, a la muerte de Ciro el grande: Artajerjes II y Ciro el joven. A sucesos de esta última acción está dedicada, por ejemplo, Anabapsis o retirada de los diez mil. En los Recuerdos de Sócrates  destaca su descripción de la faceta humana del pensador más que la del pensamiento mismo. Baste esta mención a dos creadores que seguramente por su servicio como militares activos en combate segaron la vida de algún oponente, lo que les da un espacio en este ensayo, aunque no pueda llamarseles exactamente homicidas.


Cyrano de Bergerac (1619 a 1654) fué un Ingenioso escritor francés a quien se le podría anteponer el mismo tratamiento exculpatorio que a los atenienses nombrados: el galo ingresó, a la carrera de las armas, a la edad de diecinueve años y combatió en algunas batallas de la Guerra de los treinta años. Como integrante de la Compañía de las Guardias Francesas fue compañero de d'Artagnan, el mosquetero que más de un siglo después inmortalizaria la pluma de Alejandro Dumas, en su novela titulada Los tres mosqueteros. En sus ratos libres Cyrano se dió a la trifulca y sostuvo numerosos duelos a espada, de los que no siempre salió bien librado, y que sumaron en su haber algún fallecimiento por herida punzopenetrante. El mosquetero demostró tener también gran destreza con la composición literaria, tal como la tuvo con el estoque: a esta habilidad se le deben obras como Mazarinianas (critica burlesca de la política del primer ministro, el cardenal Mazarino), La muerte de Agripina, Historia cómica de los estados e imperios de la luna, e Historia cómica de los estados e imperios del sol (estás dos últimas obras, que relatan bizarros viajes a los astros nombrados, lo convirtieron en el fundador de la ciencia ficción).  El siglo XVI fue la época de Cyrano y muchos otros creadores, personajes de pluma y de espada que se convirtieron en los primeros en señalar el camino hacia la revolución científica. Es por aquella misma época que René Descartes (1596 a 1650) se convierte en uno de los impulsores de la tecnología, teniendo en su haber el ensamble de autómatas con forma humana; precisamente la historia con uno de estos artilugios al parecer convirtió al filósofo en uno de los ejemplares de que en este artículo hablamos: la cuestión es que el pensador había visto morir a su hija Francine víctima de una epidemia de escarlatina. No obstante, el autor del Discurso del método, Reglas para la dirección de la mente, Discurso sobre las pasiones del alma y otras obras, creo una máquina antropomorfa, que hablaba y se movía, a la que exteriormente dotó de un aspecto similar al de su fallecida hija, y a la que llevaba consigo en una maleta especial en sus viajes y traslados. En 1646 el reconocido filósofo se dirigía a Suecia, por barco; más el hecho de que viajase sólo y portando una extraña valija de tamaño apreciable llamó la atención de la tripulación. En determinado momento del viaje, el capitán decidió investigar en el camarote de Descartes aprovechando la ausencia de éste; el caso es que dió con la valija y al abrirla la muñeca mecánica se irguió, habló y caminó. El horrorizado y prejuicioso marino estimó que aquella era una manifestación diabólica y arrojó el artilugio por la borda. Más tarde, el filósofo interrogado dió cuenta al sujeto de la naturaleza de lo que había arrojado al juicio del oleaje. El apenado oficial pidió disculpas al sabio por el daño causado y al parecer ofreció compensarlo. Después ubicamos a los dos protagonistas en un tranquilo paseo por la cubierta, cuando de pronto la humanidad del marino es impulsada y lanzada  por sobre el barandal: el farrago del azul profundo dió cuenta del que había infringido tamaña afrenta al filósofo, que de esa manera decidió apagar la existencia, como la capacidad de pensar, de aquel que había osado privarlo de su hija mecánica. Precisamente porque corresponde a esta época no podemos dejar de mencionar que el siglo anterior, exactamente el 7 de octubre de 1571, en la batalla de Lepanto, se enfrentaron con mucha ferocidad el imperio Otomano y la Liga de las Naciones Cristianas, en una lid cuyo resultado fué detener la expansión de los árabes por Europa. En las huestes de su serenísima majestad Felipe II batalló un hidalgo al que posiblemente, en medio de la refriega, varios oponentes turcos debieron su despegue de este mundo al paraíso musulmán. El tercio español salió de allí con mutilaciones corporales que le ganaron el titulo nobiliario (ups) de manco de Lepanto; no obstante la mano restante, y el ingenio incomparable, le dieron inspiración e impulso necesarios para escribir El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, El licenciado vidriera, Novelas ejemplares, y otras obras. Es por esto que, aunque estimamos que también le cobija el eflujo de la andreia, nos parece pertinente mencionar en este espacio a don Miguel de Cervantes y Saavedra. Pero hasta el momento, excepto el ejemplo de Descartes, hemos hablado de escritores que han marcado su experiencia con la vida arrebatada a otros seres en acciones ineludibles, pues en la guerra se mata o se muere; pero no es éste el caso de Francoise Villón (1431 a 1463?) ese antecedente de los poetas malditos que vivió una vida licenciosa: plena de alcohol, bares nauseabundos, robos a mano armada, prostitutas y proxenetismo entre otras dulzuras del París del siglo XV. Villón se graduó de Bachiller en Artes, titulo que le abría las puertas a un cargo burocrático de haberlo querido; pero el temperamento del creador lo llevó por otros derroteros, y acabó convirtiéndose en el Charles Bukowski del final de la edad media. La situación es que el hacedor de versos degolló, en una de aquellas acciones de mala noche, al cura que le hurtó el cariño pagado de la compañera de alguna velada. El cargo por la muerte de Phillipe Sermoise, que así se llamaba el tonsurado, lo siguió durante toda su vida, en la que estuvo entrando y saliendo de las mazmorras. Finalmente lo condenaron a muerte por el hecho, muchos años después. No obstante la intervención de un protector hizo que le cambiaran la pena por el destierro de la ciudad luz, en 1463, fecha a partir de la cual no volvió a saberse nada del versificador. Debemos al ingenio de Villón los siguientes titulos: Pequeño testamento, Gran testamento, Balada de la gorda Margot y Balada de los ahorcados, entre otros.

La leyenda de Guillermo Tell parece datar del siglo XIV, y reseña algunos hechos ocurridos durante la lucha de Suiza por la independencia del dominio de los Habsburgo. La historia fué versionada como guión, para el cine mudo, en un corto del año 1903 y desde entonces se han hecho muchos remakes de la misma. La cuestión es que para los años cincuenta, del siglo pasado, la leyenda era ya del dominio del común gracias a las múltiples versiones en celuloide. Es entonces cuando uno de los escritores de aquella que se llamó la generación beat trató de plasmar su propia interpretación del suceso mítico: William Seward Burroughs (1914 a 1997) en medio de una jornada de excesos baquicos (consumo de hachís, ingesta de ajenjo y otras exquisiteces) acompañado de su consorte, Joan Vollmer Adams, logró que aquella aceptará el papel del hijo del héroe suizo, en una improvisada puesta en escena al interior de alguna taberna de Orizaba, México. Burroughs, un amante de las armas y de las francachelas, asumió la personalidad del ballestero montañés; aunque desafortunadamente su puntería no resultó ser tan exacta como la del personaje que trataba de emular y la bala que disparó no se alojó en la manzana, sino en el cuerpo de su esposa, dejando a su hijo huérfano a temprana edad. La generación beat fue un grupo de literatos y creadores artísticos que insurgió contra los patrones morales predominantes en la cultura norteamericana de la primera mitad del siglo XX. Los integrantes de este grupo promocionaron la libertad sexual, la afirmación de la condición homosexual, el consumo de sustancias legalmente prohibidas como la marihuana, el hachís y otras, la filosofía oriental, la naturaleza, etcétera. En congruencia con esta actitud llevaron una vida de excesos y escribieron sobre está experiencia, a veces violentando la manera de exposición tradicional e innovando también en este sentido. La poesía fué uno de los fuertes de este movimiento, al que pertenecieron, además de Burroughs, Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Gregorio Corzo, John Clellon Holmes y algunos más. Burroughs era graduado de Harvard y pertenecía a una familia adinerada. Luego del crimen de su consorte volvió a cruzar la frontera y nunca fué acusado, en los Estados Unidos por el hecho. No obstante el escritor reconoció que está experiencia lo había impactado profundamente, o por lo menos fue lo que escribió. El emulo fallido de Guillermo Tell fué autor de obras como Queer, Junky, Cartas de Ayahuasca que recoge su correspondencia con Allen Ginsberg, y en colaboración con Kerouac escribió Y los hipopótamos se cocinaron en sus estanques. Precisamente este último texto relata como ambos autores se vieron involucrados en un crimen, en que perpetrador y víctima fueron colaboradores de la primera hora del grupo fundador de los Beats. En el crimen de su mujer Burroughs fue asesino; en el crimen de David Kammerer, el y Kerouac fueron testigos involuntarios por la amistad que los unía tanto al occiso como al perpetrador, el entonces poeta, y posteriormente periodista, Lucien Carr.

01 de febrero de 2024.
Magoc.

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