DE AUTOMATAS Y OTROS CACHARROS MÁGICOS.

En 1968 se estrenó 2001 odisea en el espacio, película dirigida por Stanley Kubrik y dramatizada en base a la obra homonima del escritor de ciencia ficción Arthur C. Clarke, que a su vez es una elaboración de un cuento corto del mismo autor, titulado El centinela, de 1951. Entonces la obra podía ser calificada como de anticipación. Traemos esto a colación porque en una de las escenas iniciales se nos muestra a un chimpancé que manipula un hueso, de otro animal muerto, como si fuera una herramienta ofensiva; luego el mono lanza el fémur al aire y este se muta, por la magia del celuloide, en una nave espacial. Esta excelente metáfora filmica coloca en evidencia la función de las herramientas (que por definición son extensiones del cuerpo humano) que no es otra sino multiplicar la fuerza y el alcance de las capacidades humanas naturales. Hay en la base un reconocimiento de las carencias antropológicas:  las posibilidades del cuerpo son limitadas y estructuralmente estamos menos dotados que los animales para poder sobrevivir en el medio ambiente natural; por esta razón debemos (como especie) transformar el entorno a la medida de nuestras necesidades; y para eso necesitamos herramientas. 
Esta posibilidad de construir herramientas ha surgido, en el devenir historico, paralela con la tendencia proyectiva del pensamiento: las herramientas simples  y artilugios mecánicos más complejos fueron ideados (estoy tentado a escribir soñados) hace milenios; para muestra un botón: en mayo del pasado año la Universidad de Harvard y el Instituto Tecnológico de Massachusetts anunciaban que habían desarrollado un brazo robótico cuya función era peinar a las personas que tuviesen impedimentos físicos para realizar esta tarea; en julio del mismo año la empresa china UBTECH presentó un robot bípedo capaz de desempeñar múltiples trabajos domésticos liberando a las personas de ejercer está labor. A propósito de este tema, en La Ilíada el autor invidente nos relata un pasaje en el cual Zeus, padre de los Dioses del Olimpo, solicita la presencia de Hefestos (Vulcano en el panteón romano), deidad encargada de las fraguas, de los trabajos de herrería (la industria más importante en aquella época, la edad de hierro) y de fabricar los rayos y truenos. En el fragmento del  encuentro, entre los dos olímpicos, Homero nos ofrece un texto de anticipación, si tomamos en cuenta que este data de más o menos el siglo VIII a.c., o sea de dosmil ochocientos años en el preterito; el rapsoda griego nos cuenta que Hefestos era transportado por dos seres antropomorfos, totalmente realizados en metal, que lo flanqueaban uno a cada lado. El detalle se explica si recordamos que el personaje exibia una discapacidad: era cojo (su propia madre lo arrojó al nacer desde la altura del Olimpo a la tierra, cuando la impactó la fealdad del neonato, razón que lo obligó a arrastrar su discapacidad desde ese momento a causa del golpe), por lo cual los automatas que lo flanqueaban le auxiliaban en las tareas locomotrices. ¿No recuerdan los robots modernos a esta inspiración homerica de antaño? Sólo que este trozo de literatura es un grano de arena perdido en la playa de las letras clásicas, un detalle en el que el rapsoda invidente no profundizó. 

Públio Ovidio Nason en el libro VII de La Metamorfosis (siglo VIII d.c.), y Hesíodo en La Teogonia (siglo VIII a.c.), plasman él mito de Icaro, el mortal que junto con su padre Dedalo pudo escapar volando del encierro en la isla de Creta, a qué los había condenado el rey Minos. Para su huida habían utilizado alas realizadas con plumas de aves unidas con cera. En este mito indudablemente, visto en retrospectiva, se funden la capacidad proyectiva del pensamiento con la imaginación en el diseño de una posible solución a la incapacidad humana para remontarse a las alturas, como los pájaros. Aún se discute si fueron los hermanos Wright (Orville y Wilburg) quienes imitaron por vez primera con éxito el artilugio de Icaro y Dedalo, haciendo volar su aeroplano en 1903. Tomemos en consideración que el tiempo transcurrido entre la obra de Hesíodo, y el breve *aleteo" de aquel biplano, es de unos dosmil setecientos años y tendremos un acercamiento a la que llamamos capacidad proyectiva de la literatura, en este caso. Entre ambos median las máquinas de volar que son productos del ingenio de Leonardo da Vinci (siglos XV y XVI d.c.) como también de su investigación exhaustiva sobre el mecanismo del vuelo de las aves. Leonardo, que sistematizaba sus indagaciones de manera metódico, dejó una serie de bocetos y estudios dónde plasmó la mecánica del vuelo desde la observación empírica de las aves, y en la cual se apoyó para diseñar un grupo de aparatos en los cuales intentó solucionar el problema que Icaro y Dedalo, dosmil trescientos años atrás, solucionaron en la imaginación mítica. De hecho algunos de los planos que dejó, el arquitecto florentino, son de artilugios dotados de alas (parecidas a las de los murciélagos) y de adminiculos para hacerlas funcionar a partir del movimiento de los brazos humanos. Las indagaciones e invenciones del pintor de la famosa Monalisa se encuentran recogidas en dos códices, manuscritos de su autoría, que aún se conservan: Sobre el vuelo de las aves y el Codice Atlántico. ¿En aquellos dos milenios no hubo otros intentos de concretar el proyecto Icaro? Obviamente que los hubo: la historia habla de Arquitas de Tarento, de Abbas Ibn Firnas, de las gigantescas cometas chinas; pero la falta de registros fidedignos hace que éstos intentos igualmente sean obnubilados por la niebla de la incertidumbre. 

El universo de la tecnología, que hoy es tan común en nuestro mundo cotidiano, era para los egipcios de la edad de hierro, como para babilonios y griegos entre otros, una página del libro de la magia y de lo sobrenatural. Que ese universo paralelo se convirtiese en el sentido común del mundo actual conllevó una resimbolizacion, un proceso en el cual los objetos fueron impregnados de significados inusitados, que incorporaban lo extraordinario al acervo de la experiencia diaria. Ya Claude Levi Strauss (El pensamiento salvaje) anunció que el razonamiento mágico, dentro del perímetro del pensamiento salvaje, posee el mismo tipo de estructura que el pensar científico: establece métodos para predecir resultados, partiendo de premisas observables. De aquí que los sentidos arcaicos fuesen desplazados por novedosos símbolos y significados, por semánticas diversas para señalar procesos conocidos: el león, por ejemplo, se utilizaba como símbolo del valor adornando los escudos de muchas ciudades europeas. Para inicios del siglo XVI Leonardo da Vinci diseñó y construyó un león mecánico que se movía mediante un mecanismo de autopropulsion, para celebrar la alianza política entre florentinos y franceses. No obstante el artilugio tuvo también un sentido festivo, y aún en el 1600 se le hacía aparecer en conmemoraciones importantes, como relata Michel Angel Buonarroti en su Relato de las festividades para celebrar la boda entre María Medicci y Enrique IV de Navarra. La cualidad de anticipación está imbricada a la de transformación de la sensibilidad, cuando el proyecto se concreta, pero no sé pueden predecir los sentidos ulteriores; así la magia se ha diluido y el artefacto quedó, impregnado de un aroma a cosa resabida, a maravilla de antaño que ya no sorprende. Así, a pesar de las observaciones de da Vinci, hoy los aviones son artefactos tan conocidos que a nadie sobrecogen. No obstante J. R. R. Tolkien en El señor de los anillos intenta recuperar la calidad de evento asombroso para los dragones (de cierta manera antecesores mágicos de las aeronaves), como también lo hace J. K. Rowling en la saga de Harry Potter, lo que trata de invertir el fenómeno volviendo, mediante la literatura, a la sensibilidad de antaño ante ciertos sucesos y cualidades mágicas. 

El Sampo es un artilugio de aquella época en que la palabra tenía un potencial supernatural: elaborado en la fragua del Vulcano finlandés, aquella especie de molino tenía la propiedad de moler granos de trigo como de producir oro. Además podía ser llevado como amuleto. En su hechura se utilizaron metales, fundidos en la hornada que alimentaba el fuelle acompañado del canto de las runas en la voz modulada del runoya o aeda de las tierras heladas del norte. El Sampo es el objeto mágico que despierta pasiones en El Kalevala, de Elías Lohnrot, la saga finlandesa. Este artilugio, provisto de aspas quizás por analogía con los molinos de viento ancestrales, anticipa las topas excavadoras que se hunden en las visceras de la tierra, buscando los minerales que guarda el planeta en sus entrañas, el oro entre ellos. Una vez más la capacidad proyectiva del pensamiento se expone, con cientos de años, en la perspectiva. Pero una vez más la magia del artilugio literario se pierde en el artefacto técnico que lo actualiza: ni el artefacto es sobrenatural ni el oro que obtiene tampoco: ese metal le hace honor a otra deidad; un Moloch frío, despojado de aristas maravillosas o de la poesía sacra que trasuntan las runas. Para recuperar la escena y el sentido esoterico J. R. R. Tolkien escribió El Hobbit, dónde un dragón vigila el oro mágico, que antaño han obtenido los enanos (esos supervivientes de la saga germana del Anillo de los Nibelungos) de las minas de Moría. Pero entre el Sampo de las sagas y las Topas del siglo actual median las invenciones de Leonardo da Vinci, quien dejó entre sus inventos los planos de una excavadora para limpiar los canales, que data del siglo XVI: el renacimiento es la estación obligada en la perdida del sentido mágico de aquellos productos del ingenio. Michael Foucault, en El orden del discurso, describe como el universo de sentidos precede a la experiencia humana e igualmente la sigue, en un fluir constante que nunca cesa, dónde se hace realidad el apotegma de Heráclito de Efeso: nunca nadie puede bañarse dos veces en las mismas aguas. Los sentidos, como los símbolos, están sujetos al fluir incesante y el cambio inclemente, que no puede ser detenido por ningún medio. No obstante la curiosidad humana volverá una y otra vez a los automatas, a lo largo de la historia; quizás por la fascinación que ejerce el movimiento y los móviles; quizás por el placer de sentirse creadores de seres que poseen movilidad, como un remedo de vida. Sin embargo esa adicción está sujeta al juego de las transformaciones en esa dinámica de significantes, y significados, que se desplazan, se sustituyen, se diluyen, se despojan de sentidos y resemantizan en un proceso indetenible e inacabable. Las herramientas que determinan, con su invención, la afirmación de las potencialidades humanas (en lid contra sus carencias), a su vez y en la misma medida despojan al universo de su sentido mágico, en la medida en que desarrollan sus posibilidades proyectivas. El intento de recuperar el sentimienro de asombro, de volver a tiempos ancestrales quizás logré reconstruir escenarios diluidos en el preterito, pero no puede hacerlo con el sentido que ya se ha perdido: la magia que despierta Harry Potter o El señor de los anillos es otra maravilla novedosa, propia y exclusiva de esta era, no es la del mundo de los automatas de antaño.

21 de enero de 2024.
Magoc.

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