DE LA NAVIDAD Y OTROS CUENTOS.

Sobre la mesa, en caótico desorden reposan, en hojas de reusables manuscritas por el lado no impreso, notas, frases, opiniones, bocetos sobre posibles temas de futuros artículos. En otro lugar se erigen, en dos columnas construidas de cualquier manera, grupos de libros reposando en espera de ser consultados. Una columna está habitada, en la cima, por A sangre fría, de Truman Capote, en una edición de bolsillo; El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la  Mancha, en una selección de textos, corona otra. Las notas inciden sobre asuntos como los libros que abordan el tema de los artilugios mecánicos ( los robots diseñados por Leonardo, por ejemplo) en una época en la cual la no tan Santa Inquisición tipificaba estás reflexiones como herejías y las penalizaba de la manera tan simpática que solía hacerlo: iluminando los escenarios con luces de hogueras. También hay apuntes que registran el asunto de los escritores con tendencias delictivas o hechos criminales comprobados (ejemplo la adolescente Anne Perry) como los hay que relatan las tragedias humanas de algunos creadores (tal Horacio Quiroga: huérfano a temprana edad y cuyo mejor amigo, al igual que su esposa, dejaron está existencia por su propia mano). Pero un artículo debe ser diseñado con cierta estrategia (me lo recuerda el tablero de ajedrez al lado de las pilas de textos) y uno que hable de escritores caníbales, o que diserte sobre los aparatos militares que ideó da Vinci, no parece ser procedente en una Navidad de la segunda década de este siglo aciago. Pero también se trata de autoexcluirnos de las estadísticas que miden y pesan los habitantes por metro cuadrado en la descomunal caverna de Platón que es el inicio del siglo XXI; es decir: mostrar un rasgo de resistencia en este mar de conciencias "satisfechas" que solicitan su happy end de final de año, con árbol de luces más adicion de gordito rizon, de blonda y poblada barba, ataviado de granate. ¿Cómo deslizar un ruido, una estridencia que haga reflexionar, en esa actitud de evasión decembrina que prefiere la sonata de villancicos y aguinaldos para piano y orquesta? ¿Cómo expresar y hacer que te escuchen que de lo que se trata no es de las astas descalcificadas de Rodolfo el reno, sino de los niños que fallecen por desnutrición o violencia cada día? ¿Cómo hacer que salgan de la hipnosis edulcorante de Fake News para que aterricen el trineo en la áspera pero verdadera y dolorosa realidad? Cómo decía el dinamarques de marras: "he ahí el dilema". 

Cuento de Navidad, del escritor inglés Charles Dickens, es quizás la historia  más versionada por las producciones fílmicas que aluden al mito navideño. Ambientado en el Londres del siglo XIX, el relato tiene una estructura que puede ser leída en varios sentidos: uno esoterico (el fantasma de Jakob Marley, los espíritus de las navidades pasadas, futuras y la presente), un sentido realista (Dickens describe las condiciones de miseria económica en que se ven obligados a vivir los trabajadores, a causa de los salarios injustos; y paralelamente delinea la miseria moral de los empresarios que propician estas condiciones malsanas). Existe también, implícito , un sentido de denuncia de la monarquía inglesa, con su incapacidad para abordar los problemas sociales urgentes que lastraban a la niñez (el caso de Tim Cratchit y su padecimiento físico, para el que ni siquiera se asoma solución posible desde el ente gubernamental). Junto con el desenlace profundamente humano que el autor le da a la historia (la toma de conciencia y sensibilización, por parte de Ebenezer Scrooge, que lleva al empresario a modificar su modo de actuar, por lo menos en la época decembrina), todo el conjunto conforma una estructura en la que se unifican estás diversas características. Hollywood descoyunta el conjunto para minimizar los aspectos sociales y de denuncia, poniendo de relieve el sentido esoterico como la influencia determinante en el cambio de opinión de Scrooge respecto a la pertinencia de la festividad. Dickens, en contrasentido a esta lectura, parece entretejer varias tendencias en el desenlace de la obra: además de la ya señalada, la humana, está presente el mensaje de Jesús de Nazareth, cuando expresaba la posibilidad de que un camello transite por el ojo de una aguja antes de que un avaro ingrese al reino celestial (por esto nuestro autor salva al empresario, en el último momento, de su propia avaricia); también hay una postura que simpatiza con las ideas utopicas del conde de Saint Simon quien solicitaba una transformación estatal pidiendo a los industriales cristianos, con sensibilidad social, que se pusieran a la cabeza del estado reemplazando a "los ociosos", es decir los políticos, comerciantes y sacerdotes. Lector cuando veas un film de Cuento de Navidad, está época decembrina, colócate estos lentes críticos para que disfrutes el film con plenitud.

Santa Claus rebosante de jovialidad como ahito de adiposidad, un trineo enganchado a la ristra de renos voladores, una descomunal bolsa llena de regalos, gnomos y enanos de zapatos en punta y gorros chuscos, son los elementos que integran el mito de ribetes invernales que desliza su mensaje edulcorado envuelto en copos de nieve, entre casas campestres de tejas cubiertas de blanco, rodeadas de montañas coronadas por picos nevados y con la infaltable presencia de los pinos, en el exterior, de verdor cubierto por pristina blancura, o en el interior como árboles de navidad, tapizados de luces, adornos y regalos. ¿Cual es la realidad de la felicidad navideña glaseada con nieve invernal y coronada de un pino montañes? Para darnos una idea de la otra cara de este mito, proyectado repetidamente hasta la saciedad en las paredes interiores de la caverna, leamos El árbol de Navidad, cuento breve escrito por el ruso Fedor Dostoyevsky, que trata de la llegada a Moscú, procedentes de provincia, de un niño y su madre, pobres almas representantes de familias campesinas que huyen de la miseria en su terruño creyendo poder cambiar su suerte en la ciudad. Madre e hijo llegan a la urbe en época decembrina, y vagan cubiertos de harapos cuando el frío cala hasta los huesos y entumece hasta a las mejores intenciones. Un día el niño despierta, en un sótano, dónde ha pernoctado con su progenitora, cuyo cuerpo yace congelado, yerto en el suelo de aquel tugurio. El rapaz sale del lugar y comienza a vagar, viendo las vitrinas que exhiben toda la parafernalia de adornos, luces, regalos, árboles de navidad etcétera. Se cuela en una casa donde un excelente pino ornamentado ocupa el lugar principal. De allí es echado a puntapies. En la escena final el muchacho disfruta del acogedor ambiente, en la casa de Jesús de Nazareth, junto a su progenitora y acompañado de otros niños de la calle, al rededor de un árbol magnífico; mientras  en otro lugar los barrenderos reportan a la policía el hallazgo de los cuerpos, helados, inertes, de madre y niño en el sótano. Sin duda el relato, del autor de Crimen y castigo, es entre otros aspectos una denuncia de las nada idilicas condiciones climáticas que rodean el ambiente invernal, tan celebrado por los administradores de la información en la caverna; más esto fue posible porque el autor ruso escribió su ficción antes de que los Mass Media coparan todo el espectro de producción y difusión de la información a nivel global. No obstante Dostoyevsky ofrece un desenlace muy cristiano pero nada esperanzador a la miseria: sólo la muerte salva, parece decirnos.

Dos galeones españoles (uno de guerra con cañones asomando bajo la plataforma de cubierta, el otro de carga), hechos de MDF o madera de aserrín prensado, navegan la superficie de la mesa junto a las pilas de libros. La visión recuerda la prohibición de libros desde Europa a tierras del Nuevo Mundo, en la época colonial; prohibición tan fallida como los oficios del Santo Oficio en América: que no pudieron detener la copiosa circulación de textos y mucho menos la de herejías, con sus herejes, por nuestros lares liberrimos en su ánimo de adaptar nuestros ancestros a la vida cavernaria (otro tema a desarrollar en la perspectiva). Los navíos surcan, inmóviles, el mar de historias y muchos, en el pasado remoto, se hundieron en el Atlántico o el Pacífico repletos de oro que expropiaban a las tribus ancestrales, para pagar los exorcismos de las guerras que asolaban a Europa. Hoy A sangre fría se hunde, con su tesoro de black roman esperando los buzos literarios busca tesoros para otro artículo; tomaré en cambio un poco del oro que Truman Capote guardo en el cofre titulado Un recuerdo navideño. Este es un relato que coloca en boca de Buddy, un muchacho que recuerda sus jornadas invernales al lado de su prima: una mujer de pelo totalmente blanco, de más de sesenta años y una malformación física en su espalda y hombros. Buddy, entonces de ocho años, y su prima se trenzan en una relación de cooperación que los lleva por los campos, recogiendo moras para hacer tartas; haciendo ventas de usados para comprar la harina y pagar otros gastos; utilizando jornadas en la elaboración de la pastelería que luego regalaban a vecinos y enviaban por correo a amigos lejanos. También la disimil pareja se aventuraba en lo denso del bosque, en viaje de exploración hasta encontrar el pino ideal para el árbol de Navidad. La decoración del árbol era hecha a base de papel de colores recortado a tijera e hilo para suspender las figuras. Una perrita era el complemento del trío en esta aventura existencial. Es esta una historia que  tiene tufo revolucionario en esta era del consumismo total, donde todo se compra en supermercados o molls, y se ha olvidado la aventura de explorar, de buscar, como de expresar la propia capacidad artística de elaborar, fabricar, manufacturar, delegando esas funciones lúdicas en la alienante actividad de comprar, convirtiendo la festividad en una forma de funcionamiento del mercado global, donde somos mercancías (fuerza de trabajo) que producen otras mercancías y que a su vez compran. Tautologia de la alienante vida de nuestra época. El relato de Truman Capote tiene elementos que vale la pena rescatar como características de un pasado con ribetes más auténticos, como modelo de vida humana no alienante.

No lejos de la mesa de los libros, sobre el mueble de una antiquisima máquina de coser, el facsimil de una casa de tabla y un grupo de figuras plásticas, modelo estándar, recuerdan la iconografía escénica del nacimiento del Cristo. Por ausencia de camellos los llamados Reyes Magos (tres figuras trajeadas a la usanza árabe, portando cofres en sus manos, y una alopecia notoria coronando la testa del que abre la procesión) acuden a pie a la convocatoria. Una María en actitud resignada se sienta al lado de una improvisada cuna (para la que elaboré un facsimil con aserrín y picadura de café de rehuso) y un José, en actitud de súplica hacia la figura central, se inclina al lado contrario de su consorte. Al centro un hiper desarrollado niño, que debió causar un trauma uterino a su progenitora, al nacer, dado su desproporcionado tamaño. Algunas ovejas y ninguna luz artificial completan el retablo (este último detalle me ha contraído reproches velados o explícitos de familiares y amigos). Este simple pesebre hace de recordatorio del motivo de las festividades de cierre de año. Todo el conjunto proyecta un aire de sencillez, que  a no ser por la corona que exhibe en su cabeza alguno de los reyes, sería una reunión de iguales. Las fuentes que registran el nacimiento del Cristo lo retrataron así: El Evangelio según San Mateo indica que los Reyes Magos preguntaron a Herodes, rey de Judea, por el lugar donde habría nacido el mesías y luego, al no recibir respuesta cierta, se dejaron guiar por la estrella que los llevó al lugar exacto. El Evangelio según San Lucas agrega el detalle del nacimiento en el pesebre, en Belén y la vecindad de los pastores. Relatos sencillos en el estilo expositivo que era usual a los escritores semitas: sin sentidos ocultos ni opacidades, transparentes para que dejaran entrever la verdad que quería revelar el evangelista. Herodes, el primer interesado desde el poder en ocultar el suceso, tomó decisiones drásticas sobre la vida de los niños, que hoy parecen repetir otros emulos de su vesania. El sencillo relato de Lucas y Mateo constituye el primer cuento, la literatura inaugural; aunque no sea de Navidad porque la  fecha no está allí quizás porque, por alguna razón que no se molestaron en consignar, la precisión del tiempo no tenía mayor importancia, sólo el suceso la tenía como la tienen los mitos intemporales. Cuando el poder se escudó en el dogma, algún Concilio fijo la fecha en temporada invernal, y luego otras visicitudes adicionaron la figura de San Nicolás, completando la pintura que los siglos de dominio de avaros y ambiciosos terminaron por deformar, mutandola en festejo a Moloch y al poder del dinero, como se afanan en difundir los que administran la información en la caverna. Pero ya desde el inicio de la erección de la iglesia, las tendencias auténticas luchan por recobrar el verdadero sentido del mensaje, y  el de las festividades navideñas; algo de esto deja entrever, por ejemplo, Umberto Eco en En nombre de la rosa. Un cuento de Navidad, entonces, debería tener el sentido crítico, el sentimiento quijotesco (no en vano Simón Bolívar decía que Jesús de Nazareth, el Quijote y él habían sido tres majaderos); no solamente el sentimiento de satisfacción, y hacernos preguntar porque cuando festejamos el nacimiento de un niño y el amor universal, en otros lares a los parvulos se les hurta el derecho a vivir.

24 de diciembre de 2023.
Magoc.

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