DE RESURECCIONES Y RESURRECTOS.

Regresar de la muerte es un asunto que reviste ciertas condiciones, y alguna parafernalia; no es cuestión sencilla, sino que a juzgar por los mitos implica complicaciones. Las literaturas sagradas, plasmadas en las estelas de las pirámides egipcias (Libro de los muertos) y  en el relato de Plutarco ( Sobre Isis y Osiris, siglo II a.c.) relatan que Seth mató a su hermano, Osiris, y descuartizó su cadáver, con la intención de reinar sobre el país en reemplazo del asesinado. La esposa del occiso, Isis, auxilida por su hermana Neftis recorrió todo el país recogiendo los trozos del cuerpo y luego los unió utilizando tiras de lino. A continuación le hizo objeto de un ritual mágico que produjo la resurrección del Dios egipcio, que desde entonces se hizo señor del Inframundo. En está leyenda reside el origen de la muerte como sinónimo de cambio y mutación: la muerte no es termino, sino tránsito de un estado a otro. En las cartas del tarot, la carta de la muerte simboliza esta transformación como símbolo de lo que perece para dejar espacio a lo que nace, a la novedad. En el mito griego de Orfeo y Eurídice (aparece en La metamorfosis, de Ovidio, y en Las Georgicas de Virgilio, entre otras), cuando la fémina fallece, el dolor intolerable empujó al Dios del canto a bajar hasta los infiernos, buscándola. Hades y Perséfone, amos del Inframundo, la liberan con la condición de que no voltease a verla antes de salir por la puerta del lugar; condicion que su propia angustia no le permitió cumplir, y así el de los cantos y la lira perdió a su amada para siempre. Orfeo, al final de la historia, morirá desprezado. Este mito en tierras griegas repite, en el esteta melómano que es Dioniso, el tratamiento terrible deparado al cuerpo de los dioses: esta deidad masculina perecerá igualmente desmembrado; el drama que rememora la historia de las sacerdotizas del dios del vino: las Bacantes, de Eurípides, es citado por Nietzsche, quien relata  que al Zagreo asiático, deidad del que se desprende Dioniso cuando piso tierra helenica, lo despresan en el momento culminante de la orgía, después de la cual renacerá mutado en la foresta, en la multiplicidad de la naturaleza. El alemán autor del Nacimiento de la tragedia recuerda que según el mito, aquella deidad desmembrada fue reconstituida en su unidad por Apolo, el Dios del arte y de la escultura. La abisal tendencia a cercenar los miembros del representante, de los antiguos dioses, se repite como un fractal en otras culturas de la vieja Europa: el Kalevala, por ejemplo, cuenta la historia del pretensioso héroe Lemmikaine, quien es muerto y cortado en trozos. Sus restos son lanzados al fondo del río Tuoni, río de la muerte, al Inframundo. De allí los extrae su progenitora, ayudada por una herramienta descomunal, para luego unir los componentes del hijo amado y volver al occiso a la vida.

De Osiris al héroe Lemmikaine, pasando por Zagreo, Orfeo y Dioniso, la muerte no es sinónimo de cesacion de toda presencia en el mundo, de desaparición e inacción en los eventos; sino que, por el contrario, parece ser condición de transformación y de renacimiento, como el simbolismo que se expresa en la ya mencionada baraja del Tarot. Quienes no pasan por la terrible mutilación corporal difícilmente vuelven del Inframundo: lo ejemplifica Eurídice, que no pudo salir del hogar de los fallecidos. Igualmente cuando el héroe del Gilgamesh perdió a su hermano, Enkidu, consumido por la enfermedad, bajo al infierno a buscarlo; pero luego de salir brevemente por un orificio en la pared, el fallecido le confirmó al rey de Ur la imposibilidad de volver al mundo de los vivos.  El Popol Vuh también cuenta con una versión de este tenor: antes de que el Corazón del Cielo, padre de todos los hombres y dioses, formará el sol y las estrellas, existió la humanidad de madera. Uno de los ejemplares de esta estirpe era un ser arrogante, que predicaba: "por mi caminarán y vencerán los hombres". La osadía de Vucub Caquix, como se llamaba el ser, la castigó la deidad enviando a uno de los suyos, Hun Hunahpu, a ultimar al transgresor. El semidios cumplió la comisión, pero en la acción le fué arrancado un brazo, que por la magia de otro del mismo panteón, le fué luego restituido. En otra ocasión el mismo Hun Hunahpu es decapitado, cumpliendo una misión, y su cabeza será colgada en un árbol jícaro. Desde allí escupió en la mano de la doncella Ixquic, inseminandola, cumpliendo así el ritual de mutilación y transformación, de renacimiento en los hijos que procreó la doncella. Esta terrible condición, para la renovación de la vida perdida, se oculta con el advenimiento del cristianismo: Jesús de Nazareth volverá de la tumba a la vida, eso sí después de un rito, no menos brutal, donde será torturado, crucificado y mutilado, pero no desmembrado (Sagrada Biblia)conservando el aspecto de la mutación, mediante el descenso a la tumba, cual carácter concomitante. Hay que decir que la resurrección, modo Jesucristo, ya estaba presupuesta en la aventura de Ulises, quien logra bajar al Hades para entrevistar a Tiresias, el adivino ciego, y luego sale para retomar su camino a Itaca (Homero, La Odisea). Entrar en la morada de los muertos y salir indemne para seguir actuando en el mundo de los terricolas, sin pagar el obolo de la mutilación corporal, sólo el de Nazareth y Itacense pudieron realizarlo. Ambos cumplieron el destino de la transformación: uno sigue a su isla, burlando los designios de deidades adversas; el otro sube a los cielos, quebrantando los deseos de sacerdotes airados y de demonios irredentos.

Martin Heidegger, el filósofo alemán, formula un sistema de pensamiento y de análisis del acontecer: una de cuyas conclusiones expresa que "el ser es el tiempo". Antecedente de este aserto fue Heráclito, llamado el oscuro, quien compara el desarrollo de la realidad con el fluir de un río que siempre cambia y nunca se detiene: "nadie puede bañarse dos veces en la misma corriente" sentencia. Cambio y tiempo son dos aspectos concomitantes, que se presentan simultáneos en la realidad, la transformación está solidamente imbricada al fluir. Este tiempo, en el caso de los mitos, es cíclico: repite ciertos esquemas, copia determinadas estructuras en otras formas de la realidad que suceden en tiempos posteriores. Así, con los dioses del Progreso material (una religión que fingió no ser tal y llamo ateos a sus creyentes) vuelve el mito del Dios desmembrado, con novedosas formas acordes al siglo: una noche de copas y cuentos, un grupo de intelectuales en busca de inspiración se dan a la tarea de pescar, en el río de las ideas. Mary Shelley, una integrante de aquel antecedente de los Think Thanks, inspirada secretamente por ancestrales musas imagina las figuras del doctor Frankenstein y su engendro, formado este último con el ensamble de partes de diversas personas fallecidas y revitalizado con el concurso de la energía eléctrica. Nacía así el Frankenstein o el moderno Prometeo, remake siglo XIX del mito que había iniciado, siglos atrás en tierras de pirámides, con Osiris. De esta manera la deidad se asegura la inmortalidad como permanencia en la memoria de los mortales, dando nuevo vestido a su abisal leyenda. La creación de Mary Shelley abre entrada a una tendencia que repite y vulgariza el tema de la vuelta a la vida, despojada de su halo de santidad e inmersa en el empírico desarrollo del mundo comercial y pedestre, en el que los antiguos dioses son sustituidos por Zombies y Revenantes, y las estelas en el monolito, los papiros e incunables son reemplazados por la noticia, el vídeo y la red social. De los desmembrados se habla profusamente en nuestra era, no para cantar alabanzas a su ascenso a las estrellas, sino para especificar que partes desprendidas de un cuerpo (con ayuda de herramienta cortopunzante o motosierras, da igual) fueron encontradas flotando en el lecho de un río, o metidas en bolsas negras, dentro de un basurero; asunto que no conlleva resurrección del occiso ni ascensión, cuanto más una investigación criminal en este tiempo de leyendas urbanas y noticias amarillistas.


13 de noviembre de 2023.
Magoc.



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