DE CREADORES MÁGICOS: GABRIEL GARCÍA MÁRQUES.

La magia es concepto que ha tenido su historia de persecusión, asociada a la existencia de las brujas, y también sus horas de apoteosis, como cuando se convirtió en patrón y medida de la creación literaria, es decir se mutó en Realismo Mágico.  De un concepto a otro se pasa desde el panorama de mujeres (en su mayoría) y hombres siendo atormentados en hogueras, rodeados de sotanas, capirotes, tonsuras y cruces que aplauden el bárbaro espectáculo; hasta dejar esta realidad de pesadilla y pasar a escenarios, entre letras, que dibujan paisajes asombrosos cual barcos fantasmas encayando en la plaza de un pueblo, o angeles muy ancianos cayendo aparatosamente en la arena de la playa, o una estirpe de recién nacidos luciendo unos no muy estéticos rabos de cochino. En ambos casos hablamos de un concepto que con el devenir adquiere matices diversos. En los primeros escenarios: la magia era perseguida y castigada por una realidad que, hieratica en sus posturas e inflexible en su lógica, se negaba a otras alternativas diferentes a las de la religión al uso y costumbre. En el último escenario: la realidad adopta la plasticidad de la impostura, su estructura argumental se teje con los hilos de lo maravilloso, y se borda con las notas del asombro; pero aún así no excluye la sazón de crueldad y/o de la amargura. Está historia suscinta, de la magia, no pasó inadvertida para el coronel Aureliano Buendía  - figura señera de ese pueblo que se levanta en la línea fronteriza entre la arena de las playas colombianas (al extremo norte de la Utopía del sur) y el mar de estrellas del universo - quien conciente de las historias de fantasía que poblaban su ruralidad atípica, decidió un día teñir ese cosmos de realidad pura y dura, inventandose un ser hecho de tinta y celulosa (los semitas cuentan que su Dios hizo el suyo de barro y lo llamo Adán) al que dió el nombre de Gabo. Como las ideas innatas de la filosofía de Descartes, este demiurgo de las letras traía, en su estructura cerebral mítica, una serie de conceptos barrocos que maduró en el contexto de una niñez entre muchos hermanos, con padres y hogar estables y mucha movilidad geográfica en el ambiente utopico de un país de sueños exaltados y violencias atroces. De su adolescencia salió a escribir en algún diario, dónde sus cuentos comenzaron a desbordar la magia que bullia en su ADN. A través de sus letras las brujas se vengaron, simbólicamente, de sus detractores de antaño: en Un señor muy viejo con unas alas enormes ese símbolo del cristianismo que es el ángel se ve vituperado, caído como Luzbel pero en una playa costera; pateado por la crueldad humana como gallinazo, como zamuro envejecido, como los soldados romanos patearon al de Belén de Judea; vendido como fenómeno de circo, como los cachivaches que ofrecían los comerciantes en el templo y finalmente rehabilitado, y ascendido por sus propias alas al cielo,  para desmentir el final horrendo de hogueras que caracteriza la realidad sin magia del pasado medieval. El cuento devuelve el halo mágico a un ser sacralizado por siglos de ortodoxia dogmática y desinfección de incienso, mutando lo sagrado en narrable, historiable, profanable. En otro orden de ideas, el candor de la fémina secuestrada y liberada, por el héroe caballeresco de la edad media, se expone en su triste realidad sin magia en el cuento de La increíble y triste historia de la candida Erendira y su abuela desalmada, dónde el relato va siguiendo la secuencia de explotación sexual de una niña, por obra de una abuela atroz, y en el cual la dialéctica de la narración introduce un caballero andante - dispuesto a salvar a la Dulcinea cautiva - que se ve convertido al final del argumento en candoroso impuber engañado por una Erendira más desalmada que su horrenda opresora. El barroquismo, presente en el lenguaje desde la inusual extensión del título, profana la estructura de la historia medieval actualizando a una Dulcinea que utiliza la sensualidad para destruir el mito del caballero andante salvador de la dama, prisionera en el castillo, y que luego se queda con ella como trofeo. En El coronel no tiene quien le escriba, la realidad amarga y descarnada se impone a la fantasía, que se ve desalojada de la existencia a no ser por el idealismo de un coronel envejecido que aún confía en ver sus viejas glorias del pasado heroico reconocidas por la distante república (aquí lo fantástico es: esperar humanidad de una institución impersonal, lejana y fría que camina en presente, pisotenado dignidades y arrojando al Leteo pasados e historias). La angustia del día a día, como la neurosis del norteamericano o la homonima dolencia del europeo de que habla Camus, es simbolizada en la supervivencia de un gallo de pelea, de quién se espera todo y nada. Acuarela de trazos delicados que en su apariencia de vulgaridad rememora voces ancestrales: Sócrates, el día antes de beber la cicuta, recuerda a uno de sus discípulos que le debe un gallo a Esculapio (el ave de corral como clave de franqueo ante la puerta al más allá); el coronel le confía todo su futuro, en éste aquí y ahora, a la supervivencia de un gallo (secularización del mito) sin alusión a vidas futuras y sin pretensiones de trascendencia. El más allá es avisorado, sin embargo, como lugar aborrecible que infunde temor a cuya entrada acuden los huéspedes inopinadamente, pues de saber que encontrarían allí esa abertura la rehuirian: sólo Ulises se atreve a visitar el Hades  a cuenta y riesgo propios, y con el mayor sigilo, para buscar respuestas; no así Santiago Nasar que sólo bajo el dintel de la funesta entrada comprende que los hermanos Vicario están allí para obligarlo a franquear su tránsito al universo temido de los muertos, cuando todo el pueblo a su alrededor ya lo sabía desde tiempo antes (Crónica de una muerte anunciada).  En Nasar el Gabo encarna al sujeto pleno del mundo, inmerso en su lógica de supervivencia cotidiana (ser para si, diría Hegel) que posee la incapacidad de visualizar el universo más allá de su entorno cercano, mucho menos avizora los temas de trascendencia o vida en otros términos, que de llegar a concebirlos experimenta como temores vagos, angustia latente a lo desconocido. También está aquí el tema de la ciega determinación del destino, que burla la voluntad de vivir de Santiago, que no es otra sino la del humanismo renacentista con su fe en la inquebrantable potencia del ser humano para moldear y construir su futuro.  Más aparece la parca, con su sencillez de costurera discreta, y corta el hilo de la vida cuando le place. La muerte como certeza y apertura al universo de lo temido está presente,  también, en La mala hora  dónde Pastor es víctima de una delacion que define su fin. El amor profano señala, con sus traiciones y seducciones secretas, término a la vida de Nasar y de Pastor, enlazando secretamente ambas ficciones; mientras el lazo evidente está en los temas de la vida en los pueblos costeros con sus reglas sociales y prejuicios, además de la memoria de esa herida siempre abierta que fué y es  la guerra, la civil en la que se matan hermanos por motivos futiles, la interna en la que se asesina con saña al compatriota por certezas banales, la externa en la que el enemigo siempre es el país vecino, en el que se ceba toda la vesania de las propias frustraciones. El argumento que señala la ruta, a la labor de la dama de la guadaña, es en La mala hora la aparición de pasquínes delatores, en las puertas de las casas, acusando los pecados reales o ficticios de los habitantes del pueblo: las frases infames se clavan en las hojas de madera, como oraciones de diabólica potencia que van mutando la entrada del hogar en la posible salida de éste mundo para el anónimo señalado. Una variante del  sortilegio, escrito, que da al autor  poder sobre la vida y la muerte, que resucita la palabra como causa de acciones efectivas por influencia de su potencial mágico, como era en las culturas originarias.

"En esto está la mano del diablo"  se dice a si misma la hija del envejecido coronel, cuando su padre insiste en dar sepultura al cuerpo del doctor suicida, oponiéndose a la voluntad de todo el pueblo cuyo odio, al fallecido, los incita a dejar que el cadáver se pudra a la interperie. Los personajes se duplican de una historia a otra: el coronel de este último relato, La hojarasca, tiene su adicion de eternidad en las demás historias Garcíamarquianas: aparecerá en el Otoño del patriarca, en Cien años de soledad, cual figura simbólica del preterido por las circunstancias pero pleno de memorias que dan sentido al acontecer. En  La hojarasca enfrenta a un pueblo para dignificar a un hombre con un ritual de sepultura, frente a la postura comunitaria que, indolente y motivada por el odio, pretendía infamar al occiso negandole un lugar en el campo santo. En este relato se presenta, por primera vez, a Macondo, bajo ese velo de atrocidad colectiva que desarrolla a placer en Cien años de soledad. Y es que ese colectivo de los creadores de Gabo, los AurelianosArcadios Buendía, van diseñando en cada relato una hebra del tapete lleno de arabescos que expone el universo de Macondo: el medium García Márquez escribe, con prolijidad de detalles, en ese arcón en el que van apilandose manuscritos que remiten a las lecturas de William Faulkner, como a los relatos de Franz Kafka o a la exquisitez de Las mil y una noches. La magia en tinta nos deja, con pretensión de permanencia, personajes de ensueño o de pesadilla: Aureliano Buendía plateando peces metálicos, Mauricio Babilonia fantásticamente rodeado de mariposas amarillas, Úrsula con su longevidad imposible, olvidada en un rincón, Amaranta del eterno desengaño amoroso que como la esposa de Ulises teje y desteje su propia mortaja, los últimos vástagos de los Buendía, exhibiendo rabos de cerdo como expresión de la maldición que acarrean los pecados de sus antepasados. El otoño del patriarca resume, en un texto casi mitológico, la historia de los horrendos dictadores militares de Hispanoamerica y Memorias de mis putas tristes rubrica la expresión del deseo erótico de un nonagenario, como hacen los sueños según teoriza Freud, pero que no por eso deja de ser un sueño mágico.

Aurelianos y Arcadios dieron vida al Gabo, para que el escritor transcribiera las definiciones geografícas y las visicitudes historicas de su universo mágico:  Macondo, al que dieron extensión de pueblo, pero que según el tomo XXXVI de Enciclopedia de Tlon, es un orbe pleno de realidad fantástica, dónde las brujas han establecido un matriarcado y la magia es la única materia digna de estudio en los centros de enseñanza, en los que fungen como catedráticos señores muy viejos con unas alas enormes.

5 de octubre de 2023.
Magoc.

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