DEL PODER FEMENINO EN LOS MITOS ORIGINARIOS.

Quizás sea, una bella urdidora de historias, la más representativa de esa característica que temerariamente llamamos poder. Y digo temerariamente porque el concepto "poder",  como lo conocemos actualmente, tiene connotaciones que hacen alusión al uso de la fuerza, al doblegamiento por la aplicación de potencia física superior. Pero nuestra tejedora de relatos, Sherezade,  no uso de esta cualidad empírica para dominar: su instrumento fué la voz y la historia maravillosa su arma de combate que como el sonido de las trompetas en el biblico Jericó, derrumbó los muros que había erigido el odio incubado en la traición matrimonial y domeñó la voluntad de un  rey, lo que equivale a decir que conquistó un reino. Las mil y una noches,  ese libro infinito como gustaba definirlo J. L. Borges en sus Siete noches, contiene esa muestra de acción dominadora que, desde la magia de la palabra, apoyada en la sutileza del giro idiomático y la sagacidad de la invención narrativa, ahuyenta a la muerte, somete al asesino y trueca en amor  el puro interés carnal. Están en este texto presentes dos conceptos del Poder:  el que se ejerce por la violencia y por el temor a la muerte, versus el que domina por la persuasión, por la palabra o por ejercicio de otras estrategias. Desde esta óptica, el poder de que hablábamos al inicio: el físico, con uso de la fuerza, no es más que la pálida sombra de este que encarna Sherezade.  Tal situación ya la hacía sospechar la proliferacion de figurillas, encontradas por todo el viejo continente, que retrataban diosas ancestrales de épocas anteriores a cualquier deidad masculina: las llamadas Venus, como la de Willendorf, Venus de Lespugue,  la de Savignano,  la de Montpasier y otras tantas, las cuales traen los ecos de un credo que se remonta a épocas en las que lo masculino no alcanzaba, aún, a prefigurar siquiera una oración o mucho menos un rito: la más antigua de estás Venus,  la de Hohle Feels, descubierta en Alemania data de hace cuarenta mil (40.000) años, es decir, de una época en la cual Odin,  o cualquiera de las deidades del Valhala, era aún una entelequia sin lugar en la mente de los teutónes originarios.

Este "poder", aunque marque distancia del otro, del entronizado con desborde de testosterona, también puede ser terrible en sus demostraciones o poco discreto en sus exigencias: Isthar,  la deidad del panteón asirio-babilonico, cuando el héroe Gilgamesh rechazo su pretención amorosa, amenazó con abrir las puertas del infierno para que los muertos devorarán a los vivos si sus padres no castigaban al que se atrevió a rechazarla. Anun, su progenitor, se vió obligado a enviar un toro del cielo para complacer a la caprichosa fémina (Epopeya del Gilgamesh).  Isthar  no es precisamente estable en sus relaciones afectivas: el héroe la rechaza por tener deseos de amplio espectro (entre sus amantes se contaban pájaros de plumaje multicolor, caballos briosos y pastores de ovejas), delineando en su acción un antecedente de la femineidad que se afirma en su libertad de elección y no se sujeta a ataduras de exclusividad de pareja, de relaciones monogamas; lo que para el poder masculino, que encarna el héroe, es una transgresion, de donde deviene la percepción de lo terrible del poder de la diosa. La situación se repite en la saga del Kalevala cuando, por ejemplo, el pretencioso héroe Lemmikaine se ofende porque su consorte Kylliki (a la que ha raptado para hacerla su esposa) retoza y baila con las vírgenes del pueblo, transgrediendo la prohibición impuesta por su raptor, aunque la joven no incurre en infidelidad ninguna. Pero tan terrible como la rechazada vengativa, o la que se niega a reprimir su inocente deseo de esparcimiento y de socialización, es la que exige retaliación por la ofensa hecha a la prole, como la Ogresa del mar,  de la saga Beowulf que intenta matar al héroe (Beowulf) para vengarse por la muerte de su hijo, Grendel. Igualmente terrible es aquella que se  desquita de una ofensa facilitando la destrucción de una ciudad entera, como hizo Atenea, deidad de la guerra, con Troya, a causa de su odio por la ofensa de París, el raptor de Helena, que prefería a la  diosa del amor: Afrodita (Homero, La Iliada). Más también es de temer la animosidad de la mujer dolida por el engaño de su pareja: como Hera, la deidad consorte de Zeus, que descargó sobre Heracles (mejor conocido por su alter ego romano que lleva el nombre de Hércules) la ira de saber que este semidios era hijo de su esposo con una mortal; en el descenlace del drama inocula una locura, al odiado bastardo,  llevandolo a matar a su esposa Megara y a los hijos concebidos con ella (Apolodoro de Atenas,  Acerca de los dioses). Cada una de ellas, desde la afirmación de su "poder", dejó constancia de una ruptura en el dominio del mito masculino, que las hace ser percibidas como féminas terribles, deidades temibles.

Urdir historias infinitas, dejar constancia de actos temibles, cualidades del poder femenino. Pero este es solo un pálido inicio de lo que este puede alcanzar, brumoso retrato de su sinigual potencia: en un giro prodigioso de este curso también somos testigos de que el amor cobra, en las femeninas figuras míticas, tonos que rebasan los superlativos registros de intensidad: así, en el espacio cultural semita, María de Nazareth acompaña a su hijo en todas las etapas de su martirio, con una actitud que ha sido calificada de estoica por la resistencia al inmenso dolor que huvo de experimentar, pero que en todo caso la coloca más allá de cualquier posibilidad puramente humana (evangelios de San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan) el cenit de esa entrega amorosa será plasmado en múltiples ejemplares pictóricos, tanto de la edad media como del renacimiento, pero una de las obras que dibuja el momento en su inigualable dramatismo es La Pieta, obra escultorica de Miguel Ángel Buonarroti. En el ámbito de la cultura helena: Danae, hija del rey Acrisio, será encerrada en torre inexpugnable antes de concebir, y luego de la concepción metida en caja de madera con su neonato, Perseo, para posteriormente ser arrojada al mar. El padre de su hijo, el omnipotente Zeus, protegerá su vida y la sacará indemne de estas proezas; pero es por amor a su prole, y no precisamente a su seductor, por lo cual la ninfa asume el dolor que la experiencia le causa (Pausanias,  Descripción de Grecia).  En el ámbito de las culturas nórdicas: la madre de Lemmikaine, con el auxilio de un gigantesco azadón, hurgara en el fondo del río Tuon (rio de la muerte), en las entrañas de la tierra, hasta extraer de ella el cadáver desmembrado de su hijo; luego juntará los pedazos y con ayuda de Jumala  (deidad suprema) lo volverá a la vida (Elías Lonnrot, Kalevala). Las anteriores son expresiones de amor infinito hacía la prole; pero también las hay del afecto erótico: como el de Ariadna,  que desafío la prohibición de su padre, el terrible rey Minos, para ayudar a Teseo, de quién estaba enamorada, a matar al Minotauro y salir indemne del laberinto. Después de esta muestra de afecto superlativo, Teseo  no cumple su promesa de desposarla y la abandona. También Penélope  hace expresión de este tipo de sentimiento cuando, por más de veinte años, se mantiene fiel al recuerdo de su esposo ausente, y burla las propuestas de múltiples pretendientes urdiendo el engaño de la tela, que teje de día y desteje de noche (Homero, La Odisea). Emparentada con esta capacidad de amar, hasta el sacrificio (aspecto que las deidades masculinas se apropiaran cuando tomen el control), está otra cualidad constituyente de este Poder femenino; es esa disposición única del género que les da primacía y relevancia: la posibilidad de concebir, de dar vida. Está posibilidad está imbricada con otros aspectos, como registramos a continuación: es el mismo Elías Lonnrot quien nos cuenta que Luonnotar,  la madre mitológica de las deidades finlandesas, modeló el mundo con los movimientos de su cuerpo y sus extremidades, revelando el cuerpo femenino como el poder formador del universo (Kalevala). Por su parte, Hesíodo nos relata que Gea,  deidad que encarna la tierra, copuló con la bóveda celeste para que, de sus entrañas, surgieran los más ancestrales dioses del panteón helénico (Hesíodo, La Teogonia). Recordamos aquí al viejo Ludwig Feuerbach que postuló a los dioses como proyección creada por los hombres, en sus mentes, a partir de sus propias debilidades. Desde Hesíodo podríamos decir que los dioses fueron engendrados por el género femenino, a partir de la proyección de sus propios poderes. Rememoramos también el texto de un sicoanalista, Rafael Ernesto López, titulado: Dios es una mujer. En esta lógica mencionamos la cualidad que hace la diferencia sustancial entre el poder masculino y su homonimo femenino: Tanatos es el sentido último del dominio masculino basado en la fuerza; ya lo explica F. G. Hegel en la Fenomenología del Espíritu: en la lucha entre dos opuestos, uno de ellos se doblega por miedo a perder la vida y el otro vence porque, por el contrario, no le importa dejar la existencia. Quien se doblega se convierte en esclavo, mientras que quien domina se convierte en amo. Esta relación de poder gira en torno a la posibilidad de provocar o atraer la muerte (Tanatos).  Por negación, el Poder femenino  se afirma sobre la posibilidad infinita de crear vida; potencia ilimitada porque bajo cualquier determinación, a pesar de las múltiples condicionantes,  ELLA por encima de todo Crea Vida: así Sherezade recreo la posibilidad de una nueva vida, para ella y para su rey de cuentos árabes, a través de la magia seductora de su palabra; Luonnotar, que flotaba sobre las olas empujadas por el viento, es fecundada por el mar y de su vientre surgirá Wainamonen, el poeta y sabio (E. Lonhrot, Kalevala). María, la de Nazareth, ve y escucha al ángel Gabriel, y de este acto queda preñada de Jesús (Sagrada Biblia)por esto los exegetas afirman que la de ella fue fecundación por el oído. Gea será embarazada a partir del connubio con la bóveda celestial. Nuun o Nuu,  el océano originario, principio de todo en la mitología egipcia, no reconoce su carácter creador, su femineidad, solo hasta que se separó del pensamiento y se convirtió en la diosa Anukhet; pero aún sin autoreconocerse dió origen a la vida. Una de las leyendas que da noticias sobre el origen de Quetzalcóatl, deidad azteca, refiere que Chimalma  fue inseminada cuando el Señor de la Existencia, Tocanatecutli, sopló sobre ella y el Popol Vuh asienta que la cabeza segada del cuerpo, de Hun Hunahpu,  que colgaba de un árbol de jícaro, escupió en la mano de la doncella Ixquic y la muchacha concibió, de este acto, a los dioses gemelos Hunapuh e Ixbalanque. Baste esta relación para acercarnos a la diversidad de cualidades que se arropan bajo el concepto del Poder femenino, que si puede ser en algún momento temible, también es poderosamente sugerente, desde el uso de la palabra, como es modelador (del universo y/o del individuo humano), pero sobre todo y a pesar de las adversidades es generador de vida, la más poderosa posibilidad, que cómo seres humanos hace a las mujeres cercanas, si no semejantes, a los dioses.

Terminamos trazando una analogía entre el Poder femenino y la literatura a través de una frase de Jorge Luis Borges: decía el Tiresias argentino: "porque en el origen de la literatura está el mito, y también en el final".  Nosotros diremos que el Poder femenino está en el origen de la literatura, y también en su  desarrollo infinito.

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