DE LOBOS, DRAGONES Y OTROS TERRORES..

Cementerio de animales  es el título que los traductores de Stephen King le dieron, el año 1984, a la obra que el escritor estadounidense publicó en 1982, que tiene como tema a los ejemplares zoológicos en el papel de fuente de sentimientos oscuros, de miedo y horror, para el género humano. En este texto, S. King explora la profundidad de los temores sociales, internandose en aspectos que trastocan los originales afectos por las mascotas (cariño, ternura) mutando los mismos, desde la sobrecogedora presencia de lo fantasmal, lo supernatural,  conviertendoles en fuente irracional de miedo intenso. El mismo escritor explico, en una de las tantas entrevistas que le han realizado, que está ficción en particular le había sido inspirada por La Pata del mono (1902),  cuento de W. W. Jacobs en el que se describe la desgracia que trae, sobre la familia White, un talismán realizado a partir de la extremidad disecada de un mono, obra de un taxidermista desconocido. En ambas creaciones, tanto King como Jacobs colocan sobre el texto variantes de la sensibilidad ante la transgresion: los muertos deben ir a un lugar determinado, apartandoles de los vivos; la vuelta de los fallecidos (zombies, revenantes)  despierta sentimientos de horror, quizás porque enfrenta al individuo ante la evidencia de una certeza que quiere obviar: lo ineluctable de la propia muerte. Valgan estos ejemplos para iniciar una disquisición sobre un tema que desde las primeras épocas de la literatura ha estado presente en las creaciones de la palabra escrita: la ambivalencia de las representaciones zoológicas (ternura, cariño v.s. miedo, horror) y su función en las ficciones escritas.  El Poema de Gilgamesh (2500 a.c.) ya contiene los aspectos esenciales de la ambivalencia, de que arriba hablamos: Enkidu,  héroe y compañero inseparable de Gilgamesh,  fue creado a partir de un trozo de arcilla lanzado por los dioses a la tierra. Se desarrolló como criatura silvestre, en el campo, dentro de una manada de gacelas, pastando y viviendo con ellas como uno más, vestido con pieles burdas de animales muertos. Después será entrañablemente querido por Gilgamesh, quien le dará el tratamiento de un hermano.Esta pareja masculina de héroes enfrentará al primer ejemplar de monstruo de la ficción literaria: Humbaba,  mítico guardian de los bosques de cedro, de razgos animalescos, cuya figura es descrita en términos de  inspirador de miedo por su apariencia y portador de una fuerza terrible; no obstante será vencido y muerto por esta dupla. De este mismo poema, en la versión de Sin-Lequi-Unninni, se desprenden otras líneas que aluden a posibles prohibiciones sexuales y a maldiciones ancestrales: Isthar, diosa del amor en el panteón asirio- babilonico, se enamora del héroe de Uruk, pero este rechaza su cortejo aduciendo razones que tocan la intimidad carnal de la deidad con pájaros, caballos y hasta con su misma servidumbre (uno de los cuales, pastor de ovejas, fué transformado en lobo, por la diosa, luego de haber saciado su apetito amoroso). La dolida fémina enviará un toro del cielo para castigar al que con su repugna la infama; pero con ayuda de Enkidu, Gilgamesh derrota y mata al ejemplar. Está ambivalencia de valoración a la naturaleza animal (la ternura de Enkidu criado entre gacelas y el monstruoso horror de Humbaba  guardian del bosque) y la presencia del tabú de la prohibición sexual en la forma de cohabitación con animales, señalan una de las tendencias en los argumentos literarios que llegan hasta nuestro siglo. En ese tránsito se encuentran, por ejemplo, en La Biblia en el pasaje del castigo a Sodoma y Gomorra, dónde sus habitantes fueron aniquilados, entre otros hechos, por incurrir en la cohabitación con animales. Otro pasaje biblico correspondiente a la iconolatria ejemplificada en la adoración de un becerro de oro, representación de alguna deidad mitad egipcia mitad semita, se registra en el libro del Éxodo y devela la transgresion a una prohibición adicional, propia de la cultura abrahamica, como es el impedimento de adorar dioses extraños, con forma animalesca en este caso. Este pasaje podría explicarse por el rechazo del credo mosaico a todo entendimiento con otras expresiones religiosas, a fin de mantener la pureza de la propia creencia: el panteón egipcio, dentro de cuya cultura había vivido el pueblo de Abraham, está plagado de Dioses con formas zoológicas: Anubis, el de cabeza de chacal, recibe las almas de los fallecidos y las pesa en la balanza, según el Libro de los muertos egipcio. Otras deidades zoomorfas acompañan esta bienvenida al más allá: Thot, el de cabeza y rostro de Ibis; Horus, el dios halcón, etcétera. La Biblia, entonces, funge de receptáculo de imaginarios referentes a la representación animal en la ficción mítica de los pueblos orientales y norafricanos: desde las que inspiran ternura y miedo, hasta las que expresan prohibiciones y transgresiones.

King Kong es el nombre de la novela de aventuras que Delo W. Lovelace dió a la imprenta el año 1932; un año antes de que la historia fuera proyectada en la pantalla grande. El libro continuaba una tendencia, en el gusto literario mediaticamente orientado, que inicio con Tarzan de los monos,   de Edgard Rice Burroughs allá por 1912. Ambos textos pueden ser inscritos dentro del contexto que venimos delineando: Tarzan representa el héroe procedente de las entrañas de la naturaleza, que como en el caso de Enkidu  con las gacelas, fué criado por una manada de  simios, por arte de lo cual ejerce y exulta la ternura del ser humano por los animales. Kong, por otra parte, integra en su personaje la ambivalencia: logra despertar  el cariño de Ann Darrow  pero igualmente, como Humbaba del Gilgamesh, incita la repulsa de un público que lo hace sucumbir, víctima de la incomprensión por la diferencia, amén del afán de espectáculo y morbo. Para esta época los Sin-Leqi-Unninni  de Hollywood ya iban estableciendo las características de las tendencias literarias destinadas al éxito editorial y comercial: la novela de aventuras, en que se mueven los argumentos de Tarzan y de King Kong son el objeto por excelencia para las imprentas de principios de siglo: historias destinadas a facilitar, a obreros sometidos a métodos tayloristas de producción, la evasión imaginaria a mundos dónde podían sentirse aventureros exitosos, conquistadores amados, para poder conservar un mínimo de equilibrio síquico, y  aguantar la deshumanización de las fábricas industriales en que laboraban. Está literatura plenará las exigencias de la industria del cine, ávida de argumentos destinados a la escenificacion filmica, tal como el teatro de Shakespeare lo era para la representación en el tablado del Globo. Un autor idealista, del siglo anterior al de Tarzan, se atrevió a diseñar una producción de textos que se valoraran por su contenido y degustación estética, aunque en su facturación integrará el elemento fantástico o supernatural; así, en los cuentos de Edgar Allan Poe también los animales juegan papeles que van desde suscitar la afectividad hasta despertar el asombro o miedo  por lo extraño e indeterminado: tal como en El gato negro donde un felino es sacrificado, de manera atroz, y parece reencarnar para denunciar el delito de un homicida, que de otra manera jamás hubiese sido descubierto; en El escarabajo de oro un insecto de dorados elitros sirve de disculpa al relato de búsqueda de un tesoro de piratas; en La Esfinge se revela la deformación de la realidad, develadora de alguna disfunción mental indefinida, que lleva a la percepción agigantada de insectos (prefiguradora de los entes zoológicos gigantes de La isla misteriosa de Julio Verne, del Mundo Perdido de Arthur Conan Doyle); en Los crímenes de la calle Morgue un simio (antecedente minoritario del futuro King Kong) se muta en su similar antropomorfo adoptando un modo de conducta extraño al animal y normal en el humano desde la hipotética emulación del Caín biblico. Pero los intentos de Poe no encajaron en la estética de la época, constituyendo su fracaso económico y en parte su derrumbe moral, más serán reivindicados después  de un siglo por una literatura direccionada hacia el espectáculo del film, por autores y directores de cine de la talla de Alfred Hitchcock,  en otra vuelta indetenible de tuerca.

Escila y Caribdis se insinúan como elementos de una percepción deformada de la realidad, a la manera como la describíamos en La Esfinge de Poe; y que pudiesen reputarse a la imaginación desbordada, o a la mitomania, de Ulises, el héroe hipotético de la homerica Iliada. Esta pareja de monstruos zoomorfos constituyen una suerte de "salir de Guatemala para caer en Guatepeor", variante del monstruo como especie animaloide que provoca o causa zosobra, desde el relato que hace el itacense al rey de los Lestrigones. Pero mucho hay de imaginación calenturienta en en la narración que, no obstante, servirá para plenar los mares reales de monstruos tan malvados como imaginarios (incluidas las bellas pero fieras sirenas  devoradoras de hombres): uno de ellos el kraken,  pulpo gigante que destroza los barcos en altamar, procedente de una versión tardía de las Sagas nórdicas; otro es Godzilla  que ha remontado los mares nipones desde las profundas aguas del cine en nuestra época. Pero también pertenecen a la mitología griega especímenes de largo aliento, tal los dragones: criaturas extraordinarias engendradas por Gea,  prolifica madre de todos los dioses del Olimpo, tal como lo relata Hesíodo en La Teogonia.  Dragones encontraremos en Beowulf y en las Sagas del ciclo arturico, en Britania, una isla bastante alejada de la Hélade. Pero igualmente estos alados lanzafuegos voladores, lagartos gigantes con alas, hacen la aviación de al servicio de los planes de dominación de Sauron en la saga del Señor de los anillos, de J. J. Tolkien. Terminamos con Grecia mencionando la historia de Licaon,  que relata Plinio el viejo en su Historia natural:  este fue un cruel rey que sirvió a Zeus  un plato, cocinado con la carne del hijo del Dios del trueno y la hija del anfitrión; por esta ofensa Licaon fue convertido en hombre lobo. En la obra de Stephen King sobrevive la leyenda, en la  Saga del hombre lobocomo permanencia del mito en nuestro siglo.

Ternura por los animales y sobrecogedor miedo por lo monstruoso; factores que también se hacen patentes en el Sur global, en obras como La gallina degollada, de Horacio Quiroga, que cuenta como los cuatro hijos idiotas, de la familia Martini Ferraz, le aplican a la única prole de sique normal, Bertita, el mismo tratamiento que han visto a la cocinera aplicar a las aves de corral, antes de prepararlas para la cena, cercenandoles el cuello. En La serpiente de cascabel el narrador cuenta su encuentro mortal con cuatro víboras, en el lapso de un día; en Anaconda ficciona un congreso de víboras que se aprestan a emboscar un grupo de jornaleros; los ladridos y la valentía del perro avisan del ataque y los reptiles son aniquiladas por el impulso de su ira, que les impide huir, cayendo tasajeadas por los machetes. Jorge Luis Borges tiene muchas páginas escritas con el motivo de los animales: elegimos arbitrariamente los inscritos en su obra postrera El oro de los tigres,(1972), en la que encontramos tres (3) poemas con títulos de animales y dos dedicados a Proteo, Dios egipcio de la mutación, de quién escribe:
"... urgido por los hombres asumía
La forma de un león o de una hoguera (...)
De Proteo el egipcio no te asombres
Tu, que eres uno y eres muchos hombres."
En Otra versión de Proteo  consigna:
"Habitador de arenas recelosas
Mitad Dios y mitad bestia marina (...)
Atrapado asumía la inasible
Forma del huracán o de la hoguera
O del tigre de oro o la pantera".
Los tres poemas, con nombres zoomorfos, se titulan: A un gato, Al coyote, La pantera. 
"Esa furtiva substancia del tiempo
No te alcanza, lobo (...)
Fuiste ladrido casi imaginario 
En el confín de arena de Arizona,
Donde todo es confín, dónde se encona
Tu perdido ladrido solitario..."; Son versos que rubrican Al coyote. En el poema que le da nombre al libro nos expresa sus impresiones al contemplar un tigre de Bengala rotando entre los barrotes de su jaula; y concluye:
"Oh ponientes, oh tigres, oh fulgores
Del mito y de la época...". El Tiresias argentino es mucho más pristino, sobre los sentimientos del siglo hacia animales deificados, en el relato Ragnarok (El Hacedor)  que nos hace testigos de un sueño: el auditorio de la Universidad se viste de gala para recibir a los dioses ancestrales; los agasajados ingresan con pose altiva. Una garra extendida y el pico de Thot destacan en el conjunto. En el climax alguno de ellos cloqueó revelando su naturaleza (no sabían hablar). Humbaba posiblemente, y la egipcia deidad con cabeza de Ibis con seguridad, mostraban subrepticiamente su secreto deseo de retaliación por los años de exilio; alguien sospecho en ellos ansia de poder. El clima cambio con la sospecha y el temor: afloró un viejo Colt y las detonaciones contiguas dieron cuenta del destino guardado a la fe arcaica: "los matamos a tiros",  concluye el bonaerense.

12 de septiembre de 2023.
Magoc.

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