DE LOCURAS EN LETRAS.

Fernando VIII, rey de España, logro apropiarse utilizando métodos poco ortodoxos de las misivas que cruzaron, entre sí, Medji y Fidele. A través de la lectura de estás cartas se enteró que la hija, del jefe del consejero titular 
Aksanti Ivanovich Poprischew, se reía discretamente de las pretensiones galantes del último. Detalle este que no sería de interés si Medji y Fidele no fuesen dos mascotas caninas, y si además Fernando VIII no fuese sino la personalidad sustituta de Aksanti Ivanovich que solo así podía colmar el sufrimiento síquico  causado por ausencias afectivas. Que las veleidades del funcionario (la de leer las cartas de los perros y la de creerse rey) lo llevaron al manicomio, es asunto que nos relata Nikolai Gogol en El diario de un loco.  El escritor ruso situó su ficción a inicios del siglo XIX, cuando según Michel Foucault (Historia de la locura en la época clásica)  comenzaba a operarse la ruptura entre la razón burguesa y la sinrazón de la demencia, cuyos afectados eran destinados a la segregación, a la exclusión en lugares ad hoc: los manicomios; en el entendido de que su enfermedad se consideraba peligrosa para la cohesión de la sociedad, porque su dolencia los convertía en "criminales en potencia".  Nos causa alguna inquietud, y no podemos dejar de anotarlo, que si el invidente rapsoda griego hubiese cantado sus épicas, en el siglo de Pinnel y La Sante,  existe la posibilidad de que se hubiera tomado a Odiseo por mitomano, y entonces la obra de Homero llevaría un título similar a la de Gogol que reseñamos al inicio.

En la época de que datan las ruinas excavadas por Schliemann en Turquía,  conocida como la época de la guerra de Troya (que si lo vemos mejor no fue sino el momento en que los seres humanos le dieron amplia salida a su frenesí homicida), los raptos demenciales eran considerados como inspirados por los dioses, bajo la forma de oráculos o premoniciones; y sus receptoras eran las Sibilas, tal como lo registra Heródoto en los Nueve libros de la historia;  o como deja ver Shakespeare en el tratamiento que le da a la hija del rey Priamo en Troilo y Cresida Del momento de Homero al de Gogol varían las consideraciones acerca de la locura, que va de una inspiración sagrada a una amenaza a la sociedad, reflejándose estos vaivenes en la literatura, que halla en el tema un filón con enorme potencial productivo. 

Foucault reseña que, en la edad media, aún supervivia aquella concepción del orate como posible oráculo del mensaje sacro; y como tal se les toleraba en los Burgos, dejándoles errar a placer. Cuando el número de éstos personajes se hacía inmanejable, usualmente se les metía en un barco y se les enviaba con destino desconocido, a navegar los mares o a remontar los ríos. Esta última experiencia dió lugar a varios textos, la mayoría anónimos, que reflejaban la circunstancia de La nave de los locos,    por otra parte retratada en el Bosco por un óleo conocido como "el jardín de las delicias terrenales",  que le da contenido gráfico a la imagen de un mundo sin las riendas normativasvde la lógica.

 El instante en que un antiguo soldado lisiado, combatiente contra los turcos en la contienda de Lepanto, decidió dar a conocer la locura que aquejaba a un hidalgo español nada conocido, también fué el momento en que se supo que la causa del padecimiento era la inveterada y malsana costumbre de leer, ininterrumpidamente, novelas de caballería. Un Think Tank de bucólicos proto-sicólogos de la época (el cura, el barbero, el ama de llaves y la sobrina del hidalgo Quejana) auscultaron la sintomatología y sentenciaron que la demencia, del personaje que se creía caballero andante, la habían causado los hechiceros, encantadores, magos y otros de la especie, escondidos en las tramas de aquellas aventuras de caballería. Por tanto, dentro de las recetas aplicadas a la cura del mal, iniciaron con la administración de un exorcismo mediante la quema de los libros culpables de causar la demencia. En esta salutifera hoguera fueron incinerados: Amadís de Grecia, Las Sergas de Esplandian (hijo legítimo de Amadís de Gaula), las historias de otros Amadises, Don Olivante de Laura, Florismarte de Hircania, El Caballero Platir, El Caballero de la Cruz, La Carolea, León de España, Los hechos del Emperador,   entre otros, según relato de don Miguel de Cervantes Saavedra, en el Don Quijote de La Mancha. Del loco portador del mensaje sacro al orate cuya demencia ha sido inducida por el demonio: un recorrido que se vierte en historias desde la mitomania de Odiseo, hasta la desventura del hidalgo manchego. La locura como respuesta y actitud alternativa, inusual, espontánea, del individuo a las exigencias del medio, cambia con los momentos históricos, como cambia su valoración y su expresión literaria. Los caballeros andantes, de las novelas, son locos que toman su alucinación por realidad, que en cada novela es potenciada. Don Quijote es un alucinado al que, en algún momento le curan, luego de vivír su mundo de aventuras le truecan está ficción por la realidad pragmatica y ausente de lírica, después de lo cual, despojado de un aliciente para luchar y vivir, falleció. 

El siglo XIX trae sus dementes y sus letras: en las tierras rusas ya narramos, como Gogol nos relata, que Poprischew quien cree ser Fernando VIII es enviado al manicomio; una institución similar a la cual es enviado el doctor Andrei Efimich, protagonista de Pabellón 6,  el relato de Anton Chejov en el cual el médico tratante es considerado loco cuando comienza a reflexionar la situación, de uno de los pacientes llamado Iván Dimitrich, y lo aborda con la dignidad que se merece un ser humano. El de Gogol va a caer en el loquero por atreverse a salir de su condición de funcionario mediocre, a través de adoptar una personalidad que elevaba su rango; el médico de Pushkin por el hecho de tratar humanamente, a un paciente, es recluido en la bodega para dementes. Edgar Allan Poe nos relata acontecimientos que suceden en una institución similar: en su narración los recluidos ensayan una rebelión y toman momentáneamente el control, en el cuento El sistema del doctor Tarr y del profesor Fether.   Estás tres últimas ficciones nos describen lugares de encierro, de internamiento de los síquicamente diferentes, con vigilantes que golpean a los pacientes y con celdas que impiden la visión del cielo. Fedor Dostoiewsky exhibe, en sus personajes, tipos sicológicos mixtos que caminan sobre la línea tenue que separa la cordura de la demencia, como ocurre con el protagonista de El idiota, o con el hermano menor en Los hermanos Karamazov. En El horla,   Guy de Maupassant cuenta la historia de un hombre que es obsesionado por la idea de que un ser extraño, invisible, reside en su casa y se va apoderando de su voluntad, sometiéndolo a su designio. Aterrado, el personaje decide quemar la vivienda, en un intento de matar al ser invasor. Este relato si bien no describe la institución represora, si le da fundamento a la concepción de que el alienado es un peligro para la sociedad, y aún para el mismo, que es uno de los preceptos formales en los cuáles se hiergue la legalidad del depósito de alienados. El tema de la invasión del hogar, por amenazantes seres invisibles, que se hacen sentir a través de una dinámica de poltergeist,  moviendo objetos, causando ruidos de forma inexplicable, es un tema replicado en el siglo XX por Julio Cortázar en el cuento titulado Casa tomada,   en el que una pareja abandona su lugar de residencia por temores y amenazas imaginadas. Entre Maupassant y Cortázar sucedió toda una discusión que puso en cuestión los métodos de internamiento, los tratamientos siquiatricos, la necesidad de medicación, la propia definición de demencia y que comenzó a valorar las razones de la sinrazón, es decir: de la locura, que dieron lugar a una contracultura médica, expresada en movimientos como la antisiquiatria. 

7 de agosto de 2023.
Magoc.
 

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