DE PIROMANIA Y LITERATURA

La infamia tiene muchos rostros, cómo Maya la deidad del panteón hindú. La infamia del crimen literario tiene, igualmente, por lo menos dos: la faz de la biblioclastia imaginada y la cara de las bibliohecatombes historicas. De las últimas nos dan noticias, casi siempre, los registros de las guerras, tan afectas a las expresiones de piromania. De las primeras hace gala la invención de autores, en imágenes que reflejan la locura piromaniaca desde las razones o el sentimiento, más allá del puro hecho atropellante. Una relación escueta de la insania histórica arranca por la destrucción de  libros, con objeto de borrar el pasado y reinterpretar el presente. En este sentido incurren las hogueras levantadas por Akhenaton, en Egipto, para borrar los dioses diversos de Athon; las que levantó Alejandro, al invadir Persia, inmolando el palacio en Persepolis; las que urdió el emperador Shing Shi Wang Ti para execrar la tendencia de las Cien Escuelas; las que facturó el Califa Omar, en Alejandría, para unificar todas las interpretaciones en el Coran; las que irguió por millares el Santo Oficio (la Inquisición), para excomulgar las herejías y las diversidades; las que tejió fray Diego de Cisneros, en Granada, España, para expurgar los textos musulmanes; las que en México, del siglo XVI, fabricó fray Juan de Zumarraga, para exorcizar la historia de los antiguos Mayas; las que imaginó la mente retorcida de Joseph Goebbels, para expurgar la mal llamada "literatura degenerada"; las piras que elevó la infamia para incinerar el patrimonio bibliotecario en Irak, en el siglo XX; las hecatombes con que insultaron, a las naciones del sur, los Pinochet y los Videla, para estrechar el intelecto colectivo hasta condiciones insultantes; las que en tiempo real operan, entes de la infamia, en Noruega y Dinamarca, para difundir la islamofobia supina. Estás muestras de piromania tienen mucho de teatral, escenificando "purificaciónes" concebidas para alejar los miedos a la diferencia, fobias a la diversidad que se esconde en los pliegues del pasado, que pueden signar el futuro, y que se erigen en obstáculos de planes políticos de dominio con exigencias de unificar criterios: en todas ellas se expresa el temor.
La biblioclastia literaria no tiene los objetivos políticos espurios, ni la difusión que caracteriza a su homologa histórica. Se proyecta en la ficción que simula los ataques al patrimonio cultural, en el orden de la palabra escrita, creando el escenario y los personajes necesarios, o tomandoles de la realidad y retratandoles en conceptos, para erigir la arquitectura de la "expiación", o un trozo de ella, en los predios de la imaginación, permitiendo al lector pasearse por los hechos, avisorar sus posibiles causas, deleitarse con el desenvolvimiento, entrever sus productos, obtener sus conclusiones, además de experimentar el goce estético en el sabor visual e imaginativo. Aún así, también trasuntan el hedor a temor que empapa las pirofagias alimentadas con inmensos banquetes de celulosa.
El miedo a la diferencia, generado en los rituales consagrados a deidades extrañas que se experimenta infundado como ataque a los propios dioses tutelares, se sube al tablado en Los hechos de los apóstoles (Holly Bible):   hacemos mención del pasaje en qué la renuncia a las vetustas creencias  es descrito en las siguientes líneas: "muchos de los que habían practicado vanas artes, trajeron los libros, y los quemaron delante de todos; (...) Así crecía poderosamente la palabra del señor, y prevalecia." Son nuevos adeptos, transfugas de viejos ritos, quienes incineran sus antiguos textos sagrados, a fin de conseguir la aceptación al nuevo credo, temerosos quizás de recaer, renunciando y exorcizando mediante el fuego a ancestrales deidades tutelares. Conversos que habiendo medrado a la sombra de añosos troncos religiosos (Celtas, Normandos, Asiriobabilonios, Sumerios, Egipcios, Etíopes, Latinos), ahora renegaban de sus moradas y se acogian entusiastas a nuevos preceptos, porque "la segur está puesta, a la raíz de los árboles; y todo árbol que no hace buen fruto, es cortado y echado al fuego" (Evangelio según San Mateo). 
Renuncia al pretérito, purificación por el fuego; están aquí las coordenadas de toda biblioclastia: porque el libro es, inicialmente, memoria petrificada que se escapa del todo el fluir de la vida, como una piedra en medio del río de Heráclito. En segundo lugar, la pirotecnia purificadora se ceba en el cuerpo de celulosa, o en el de barro de las tablillas, borrando (por lo menos simulando borrar) los inquietantes recuerdos. Purificación y exorcismo se confunden en el episodio que nos relata la pira levantada con los libros de caballería de hidalgo de La Mancha: cual método expedito de expulsión de los demonios, que se creía obsesionaban al señor Quejana, un grupo de conocedores de la materia (el cura, el barbero, el ama de llaves y la sobrina) levantan una hoguera con unos cien manuscritos, extraídos de la biblioteca del anciano hijosdalgo. Ante la mirada del lector van engrosando la columna los siguientes ejemplares: Amadís de Grecia, Las Sergas de Esplandian (hijo legítimo de Amadís de Gaula), las historias de otros Amadises, Don Olivante de Laura, Florismarte de Hircania, El Caballero Platir, El Caballero de la Cruz, La Carolea, León de España, Los hechos del Emperador entre otros (Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de La Mancha).   El manco de Lepanto nos cuenta, en las líneas a continuación, como culminó aquella operación: "aquella noche quemó y abrazó el ama cuantos libros había en el corral y en toda la casa, y tales debieron de arder que merecían guardarse en perpetuos archivos; más no lo permitió su suerte y la pereza del escrutiñador, y así, se cumplió el refrán en ellos de que pagan a veces justos por pecadores".   Aquel tratamiento esoterico, con pretensiones de terapia sicologica (elemento que se añade a la purificación y la expurgación)  pretendía curar, o por lo menos eliminar las causas de, la enfermedad del hidalgo, su obsesión de creerse caballero andante. 
Debemos a la imaginación, de un puritano decimononico, un relato que aborda, directamente, el tema que aquí nos ocupa: El holocausto del mundotituló Nathaniel Hawthorne a su ficción. Las líneas iniciales nos dan noticias de la decisión de los seres humanos respecto a librar, al planeta, de la cantidad de "trebejos inútiles"  que lo sobrecargan. A este fin deciden conformar una hoguera monumental en dónde irán vaciando, en una sola jornada, los elementos que a continuación listamos, en el orden que los coloca el autor: escudos, blasones y genealogías ("la basura de los heraldistas");  símbolos del poder monárquico ("coronas, orbes y cetros");  bebidas alcohólicas; sustancias y bebidas adictivas (café, té y tabaco); bisuterías y modas ("sombreros de la pasada temporada, junto con cantidades de cintas, encajes amarillos y otros muchos artículos");  letras de cambio, bonos, juguetes, drogas, diplomas, cartas de amor; armas de guerra (cañones, mosquetes, espadas, banderas); instrumentos de tortura (hachas, dogales, guillotina); papel moneda y acuñaciones en metal; "códigos, actas legislativas, libros de estatutos y cualquier otra cosa sobre la cual la inventiva humana hubiera tratado de estampar sus leyes arbitrarias". A continuación correspondió el turno a los libros: sucesivamente se arrojaron, a las llamas, los textos de Voltaire, Milton, Shakespeare, Malborough, Shelley, Lord Byron, Tom Moore, Ellery Chaning y las del propio Hawthorne, entre muchos otros. "Los últimos residuos de la literatura de todas las épocas caían en el ardiente cúmulo bajo la forma de una nube de panfletos provenientes de las imprentas del Nuevo Mundo. También éstos se consumieron en un abrir y cerrar de ojos, dejando la tierra, por primera vez desde los días de Cadmo, libre de la peste de las letras..."   Dura sentencia en que el puritano, más que el autor Hawthorne, nos devela otra expresión de la piromania literaria con fines de purificación ritual.
Más que hoguera es una hecatombe la que nos describe el autor italiano Umberto Eco en su novela En nombre de la rosaEl capítulo postrero, de este relato, nos deja la pintura pavorosa de un monasterio, con una inmensa torre octogonal, que arde por todos los costados, arrojando fuego cómo dragón iracundo. En esta oda a la piromania, la imaginación del escritor hace perecer "la más extensa biblioteca de la cristiandad",  a inicios del siglo XIV. Allí se consumieron, en banquete de pirofagos, todos los textos importantes de factura anterior a la invención de Gutemberg: rollos, vitelas, manuscritos ilustrados a mano con miniaturas. El creador recuerda, especialmente, el postrer tomo encuadernado del Arte poética, de Aristóteles, texto perdido para siempre, al rededor del cual se teje la trama. La novela de Eco es, de los que hasta ahora hemos reseñado, el que construye toda su arquitectura en función del hecho biblioclastico. El italiano diseña una dialéctica que involucra a la personalidad detentadora del conocimiento, con reglas que hacían imposible su distribución y circulación (el fraile Jorge de Burgos), frente al cual antepone un antecedente de los hombres del renacimiento (Guillermo de Baskerville). El enfrentamiento sordo entre ambos va tejiendo la urdimbre novelesca - en el centro de la cual está el texto de Aristóteles - que tiene su eclosion dramática en la hecatombe de la biblioteca del monasterio italiano. 
Concluimos esta entrada con la reseña de dos distopias, del género de ciencia-ficcion, elevadas sobre el tema de la piromania: la primera es el conocido relato del inglés Thomas Malgrave, y la segunda, la obra no menos conocida de Ray Bradbury. Malgrave imagina un mundo en que la prohibición de los libros, hecha ley, encuentra en Solomon Knox su defensor a ultranza, hasta el punto de diseñar y poner en práctica un mecanismo social, de vigilancia de las tendencias en los niños, para operar lo que llama "quemar los libros antes de que sean escritos"; la complicación edipica, en la vida del fanático, introduce factores complejos en su situación sicologica, impidiéndole luchar efectivamente, en el momento decisivo, contra un complot de los transgresores. (Thomas Malgrave, Solomon K)Bradbury, por su parte, imagina un universo donde es un delito poseer libros; paradojicamente existe un cuerpo de bomberos cuya misión es detectar e incinerar textos, donde se los halle. Montag, uno de los oficiales de este cuerpo, es seducido por la magia de la lectura y se convierte en un transgresor de la prohibición (Ray Bradbury, Farenheit 451).  En ambos casos el rito de purificación es convertido en práctica social, y la transgresión conlleva a desenlaces inesperados.

29 de julio de 2023.
Magoc.

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