DE LOS MISTERIOS DE SHAKESPEARE (I).

 A inicios del siglo XVII moría, de una enfermedad indeterminada, William Shakespeare, el autor dramático más influyente de la Inglaterra Isabelina. Al bardo inglés se le reputa la facturación de al menos treinta y siete obras de teatro, todas las cuales parecen haber conocido el éxito (algunas relativo) entre finales del siglo XVI e inicios del siglo XVII. Todas estas creaciones fueron representadas en las tablas de los teatros londinenses e hicieron la diversión de un público diverso, interclasista, que acudía a este foro en busca de un escape a la dureza de la vida o en busca de una agradable degustación estética. La mayoría de las obras conocidas, del bardo británico, fueron comunicadas a la posteridad en una publicación, del año 1623, conocida como el First Folio impreso bajo la curaduría de Hemmiges y Condel, dos compañeros trabajo de Shakespeare y actores de la compañía de los King's men, a la que pertenecían los tres. 

Shakespeare encontró, en el desempeño de su profesión de dramaturgo, varias dificultades que supo sortear, pero que por el desconocimiento del público sobre los métodos que empleó para resolver, dejaron un sabor a inconsistencia que, fundamentalmente en las generaciones siguientes, llevo a una serie de admiradores de su obra a negarle la autoría de la misma. En primer lugar, el nacido en las riveras del río Avon era de extracción burguesa: su padre, un fabricante de guantes, perteneció a la clase burguesa en ascenso. Está situación le supuso al hijo del guantero poder contar con una educación modesta, la que podía pagar su padre, pero que de ninguna manera se aproximaba al tratamiento pedagógico de que disfrutaban los integrantes de la nobleza. Estas carencias le pasarán factura en el momento de ensamblar sus creaciones dramáticas (se le reprochaba saber poco latín y menos griego), sin embargo el bardo las subsanara acudiendo, en una postura que revela su humildad, a la colaboración con otros dramaturgos, que le logrará  la maestría y la popularidad de que gozan, hasta el día de hoy sus obras. Está colaboración se ha develado, en estos últimos años, a través de análisis textuales aplicados mediante programas informáticos, revelando que el dramaturgo escribió piezas a dos manos con un buen número de sus contemporáneos, algunos de los cuales en algún momento fueron considerados como sus rivales, tales como: Christopher Marlowe, John Fletcher, Thomas Middleton, George Wilkins, entre otros. Está situación conlleva la conformación de un método de ensamblar textos en colaboración que nunca ha sido comprendido o aceptado por un sector importante de los estudiosos de su obra. 

Una segunda consideración tiene que ver con los elementos que se conocen acerca de la biografía de Shakespeare; y es que la documentación que da testimonio sobre el recorrido vital, del de las riveras del Avon, es  muy escasa. La investigación sobre los datos biográficos se ha visto obstaculizado por esta circunstancia: apenas se conocen la nota de la iglesia en que fue presentado el recién nacido William; el acta de matrimonio; los folios de algún asunto legal en que se vió envuelto en Londres, su testamento y su acta de defunción. Poca cosa para la importancia que su obra cobró entre sus coterraneos. Si por un lado, este hecho ha motivado la decepción de algunos en el pasado, hasta el punto de hacerlos dudar de que en verdad haya existido; en otros, por otro lado, la angustia incentivo una línea de conducta que los llevó a construir de manera falaz la documentación que faltaba, incurriendo en fraudes (E. Ireland, J. Payne Collier), o expresando una manía persecutoria que los llevó a creerse víctimas de un complot para esconder los documentos (Charles W. Wallace). 

Otra consideración, que también juega un papel importante en este orden de ideas, tiene que ver con la ya mencionada extracción social del nacido en Strafford: suponen, los exegetas, que sólo un hijo de la nobleza podía exhibir el bagaje intelectual que era necesario para poder facturar la obra que legó a la posteridad. Convencidos de esta circunstancia, inficcionados por este prejuicio clasista, han fabricado una larga lista de los posibles "verdaderos" escritores de los dramas; y en esta reseña figuran desde una serie de condes y lores (Bacon, Essex) hasta la propia reina Isabel I. Una versión más laxa, de esta teoría de la conspiración, incluye a sujetos que no pertenecen a la nobleza, pero que se supone con más cualidades para la creación dramática, como Marlowe por ejemplo; hasta un grupo de ascendencia social mixta, como supuso en su delirio la norteamericana Delia Bacon.

Esta línea de interpretación, que niega la autoría de Shakespeare, y aún hasta su existencia, tiene su origen más de un siglo después de su desaparición física; y se ha ido potenciando en el tiempo. La postura clasista, prejuiciada, que se ha aglutinado bajo el apelativo de Antistraffordianos, paradojicamente ha contado con el apoyo de algunas de las mentes más claras occidente  (Sigmund Freud entre otros) y  ha motivado además una copiosa producción literaria sobre el tema.

En nuestra opinión, es innegable que la época Isabelina constituyó un renacimiento en la literatura y el arte inglés. Cómo también es innegable que los emolumentos que financiaron los costos, de ese renacimiento, fueron aportados, en NO poco porcentaje, por el oro que los corsarios ingleses arrebataron, de muchas formas, a los galeones españoles, y que a su vez aquellos habían saqueado a los nativos del Nuevo Mundo. La verdad de la autoría de las obras de Shakespeare está en una visión más amplia del panorama, que a straffordianos y antistraffordianos, les está vedada por sus propias limitaciones: el bardo abordo su profesión como un obrero, y con ese espíritu se dedicó a facturar obras NO para darlas a la lectura, sino para montarlas en escena. Cuando las ideas le plantearon situaciones que exigían conocimientos profundos sobre un tema, entonces buscaba ayuda profesional en otros dramaturgos, sin que esto le fuese obstáculo insalvable, pues colaboró lo mismo con figuras afines que con supuestos rivales. Pocas veces se preocupó de la impresión de las obras, y la mayoría de las veces lo hizo sólo cuando era objeto de piratería, que resultaba en la impresión incorrecta de una de sus obras (un cuarto malo) por lo que hacía imprimir una versión correcta de su autoría; o también cuando afrontaba problemas financieros y estimaba que la impresión de alguna de sus plays podía arrojar ganancias, por la venta, que ayudasen a solucionar. Pero, en general, no fue la impresión de los textos lo que motivó la labor creativa del bardo: de lo que se trataba era de llevarla a las tablas. Es esta dinámica pragmatica, y poco idealista, la que ha sumido en la confusión a los straffordianos; es este preocuparse más por el emolumento que por la pureza de verso; es este pensar en el público que acudía a las puestas en escena en The Globe, más que en los que leerian entonces o en el futuro las obras impresas en cuarto. Es esta potencia del trabajo en colaboración, en equipo, más que el ejercicio de la erudición solitaria. Estos aspectos, pensamos, pueden darnos indicaciones para develar el misterio que se esconde tras de las obras del bardo inglés.

Julio de 2023.

Mago 


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