DE LOS MISTERIOS DE SHAKESPEARE (3): SUPERNAtURAL.

 En el pantano que rodea los fríos campos, entre  nieblas que ocultan las figuras y difuminan las escasas formas vegetales, una bestia descomunal, de la que solo se divisa el horror de dos ojos malévolos, inyectados de sangre, entre la espesa bruma, es la carta de presentación que esgrime Conan Doyle en El sabueso de Baskerville. Lo extraño, lo inexplicable, lo que no puede ser definido o explicado desde las leyes o acontecimientos naturales, es recurso a que han apelado los  creadores literarios desde que los escribas trazaban sus argumentos en tabletas de arcilla, en las uberrimas tierras babilónicas. La necesidad de motivar sentimientos de temor, la experiencia de sentir que la percepción de la realidad se fragmenta, por causas inesperadas, dejándonos inermes ante una amenaza indeterminada y latente, traza un estilo de escritura. Las Sagas están construidas sobre este recurso: Gilgamesh, Endiku y Gugalanna constituyen, posiblemente, la inicial emergencia de lo sobrenatural, lo inexplicable, en los destinos humanos. Las incursiones nordicas en tierras de dragones y gigantes, en océanos plagados de monstruos, forman estela que delata un posible recorrido del estilo en el océano de las escrituras originarias. Los mitos se entrelazan en los intentos de relatos y las Escilas y Carbdis, los caballos de Troya, como las Ateneas y Febos luchando al lado de guerreros helenos y frigios, son vientre fecundo que pare Homeros y Hesiodos. Aquí las fuentes del recurso, que tiene un origen sacro y un sentido dramático; no en vano Esquilo delata a los olímpicos en su labor de tejer la urdimbre de la desgracia humana.

La Tempestad sigue, de cerca, el surco de sagas y épicas.  Próspero realiza el desplazamiento, invoca las fuerzas primigenias y los espíritus tutelares, con orientación sacra: Ariel, en concordancia con la norma esquiliana, agita los océanos y desata las plagas para hacer el infortunio de los adversarios del duque desterrado. Hasta años antes, ese antecedente del teatro Isabelino, que fueron los "belenes", expresaban lo sobrenatural en la figura de los milagros. Las proezas que Ariel factura, bajo las invocaciones de Próspero, son un eco de aquellos milagros, pero sujetos a la influencia de dioses ancestrales, convocados por el hechicero a través del portal que constituye el libro de conjuros. En el Sueño de una noche de San Juan la gravedad del recurso se pierde y lo sobrenatural se desgrana en el ardid del elixir amoroso, que por orden de Oberon derrama Puck en los ojos de Titania, haciéndole enamorar de un actor con cabeza de asno, otro dislate del duende. Aquí lo cómico irrumpe en la trama, estableciendo distancia con el tratamiento usual. Estas dos obras son quizás, de los dramas shakesperianos, los que están más orlados por el halo de las  sagas y las épicas que impregna la estructura narrativa con su sentido de lo inexplicable. 

Bram Stoker relata que Drácula hizo el tránsito, entre su refugio de los Cárpatos y la isla británica, en barco, como el Thorvald o el Ragnarok de las sagas. La presencia inesperada de la dama de la guadaña, la impostura de un féretro entre los trebejos de navegación, las complejidades de una tempestad, dejan su impronta en la memoria del relato que, según Oscar Wilde, es el epítome de las narraciones de terror. Pero esta es derivación moderna de textos que, en el pretérito, no tenían el sentido stokeriano de lo antinatural: Shakespeare hace uso del recurso como subtema en Pericles, príncipe de Persia, en que nos hace testigos del drama de Thaisa, en labor de parto en medio de una tempestad. La niña nace y Thaisa es dada por muerta. Los temores de los marineros obligan a meter el cuerpo en un cajón (había uno en las bodegas) y arrojarla al mar, cuál tributo a Neptuno, para que detenga la tormenta. El cajón será empujado, por las olas, hasta las costas de Efeso, dónde Cerimon, con la sabiduría de Hipócrates y la paciencia de la edad madura, hará que la esposa de Pericles regrese de su estado catatonico a la vida. Este regreso de la muerte no reviste, como en Stoker, un sentido macabro, sino de celebración de la continuación de la existencia, suspensa por breves momentos a causa de acontecimientos inesperados. Podemos rastrear el tronco de esta rama mitológica en la leyenda de Perseo niño, metido en una caja junto a su madre, Danae, y arrojado al mar, por obra de su abuelo, el rey Acrisio, que confía al océano la labor criminal sobre los encerrados en aquel ataúd de madera. Perseo y su madre sobrevivirán, como Thaisa, para dar testimonio de la vida que prosigue con intensidad renovada su camino. Será la modernidad quien de sentido de  muerte, al recurso, desgajandole del antiguo mito.

Odiseo bajó al Hades para obtener, de los labios del invidente Tiresias, respuestas infaltables para poder proseguir su existencia (Homero, La Odisea), para concretar su proyecto de vida. Aquí otra derivación de la vitalidad que se renueva en su contacto con el Inframundo. Más las hojas de esta rama ya en Shakespeare muestran las ineluctables influencias del otoño mitológico: las puertas del Inframundo ya han sido cerradas, a los mortales, por obra del cristianismo y quién osa descender ya no volverá a emerger jamás. Todo contacto entre estas realidades existenciales está proscrito, y quiénes se aventuren a quebrantar la prohibición serán objeto de las más severas sanciones, hoguera incluida. Incluso el perfil del servidor del Inframundo cambia, en los más de veinte siglos que van de Homero a Shakespeare: el Caronte servicial que tiene su barca desde donde ejerce su labor de engranaje en el funcionamiento del mundo de las tinieblas perpetuas, es desplazado por esas Erinias, malévolas, ruidosas, vestidas de las llamas del averno cristiano, que son los demonios y su familia de criaturas infernales.  El novedoso perfil conlleva, a sí mismo, nuevas funciones: ya no se trata de la laxitud de Caronte: los productos de este neodiseño deben "salir" periódicamente del lugar, buscar almas y seducirlas para llenar, con ellas, los espacios del llameante paraje. Tersites, ese emulo de Ricardo York y Calibán, se lamenta de no poseer el arte de los "conjuros y a evocar diablos" para librarse de los golpes, del bullying, que ejercían sobre su humanidad Aquiles, Ayax y otros de su estirpe (Troilo y Cresida).  El conjuro y el rito abren la puerta del averno, como lo acepta el Maleus Malificarum, también conocido como "martillo de las brujas", manual que guió el camino de los inquisidores en su piadosa intención de limpiar las almas, de los reprobos, quemando sus cuerpos aún vivos. Incinerada morirá Juana de Orleans, a quien el bardo inglés hace decir estas palabras en una escena de invocación a los demonios del infierno: convoco al "monarca señorial del norte", a los "espíritus selectos" y a los "espíritus familiares, elegidos de entre las poderosas legiones subterráneas" (Enrique VI, primera parte) . Está escena da el argumento de validez, post mortem, a la justicia de las hogueras de la inquisición y ejemplifica las diferencias abismales entre el Hades homerico y el infierno de los plays. Más benigno será el tratamiento a Eleanor Cobham, aristócrata que habiendo sido descubierta participando en un rito de invocación, al cual acudió el demonio Asnath, es condenada por el rey al exilio perpetuo en una isla-prisión. El conjuro, en este caso, tiene terminos explícitos: "noche profunda...hora en que chillan las lechuzas y aullan los mastines, y marchan los espíritus, salen los fantasmas de sus tumbas" (Enrique VI, segunda parte). No tendrán tan buen termino los cómplices, de clase baja, de la aristócrata, que no podrán eludir las condenas a tortura, la horca y muerte en la hoguera.

Jakob Marley es el primer espectro, que hace acto de presencia, ante la persona de Ebenezer Scrooge (Charles Dickens, Cuento de Navidad ). Su aparición está marcada por las trazas que, en adelante, definirán la presencia de los emergidos del Inframundo: apariencia desaliñada y fea, opacidad corporal traslúcida, atados a cadenas estruendosas, lamentaciones en voz alta y constantes,  nocturnidad de la presencia, entre otras. La visualización del espectro genera, en los espectadores (Scrooge en el caso del cuento de Dickens) escalofríos, temor, acompañados de toda una parafernalia en la expresión corporal. En el frío financista Ebenezer el impacto de las escenas de ultratumba le llevo a variar su conducta frente a sus subordinados y familiares, especialmente durante las navidades. Shakespeare, dos siglos antes, dedica por lo menos dos incursiones, en sus tramas, con este tema: 1) en vísperas de la batalla de Bosworth, Ricardo York recibe la visita espectral, de por lo menos ocho espiritus, de personas en cuyas muertes se supone que estuvo involucrado (según la versión de la historia de los Tudor, que sigue fielmente Shakespeare en Ricardo III); entre los fantasmas se hallaban los de sus sobrinos, los niños Eduardo y Ricardo, y el de su hermano Jorge Clarence. No habrá cambios en la actitud del último Plantagenet: a pesar de que los visitantes de ultratumba le pronostican la muerte, él irá a la batalla, a defender su reinado,  dónde efectivamente tendría su final. 2) En vísperas de la batalla de Filipos, Cayo Bruto, uno de los asesinos de César, sueña con el espectro de su antiguo mentor, y despierta alterado. El fantasma le expresa que lo espera, al día siguiente, en el campo de guerra. La jornada siguiente, creyendose derrotado y antes de solicitar a su ayudante que le liquide con su propia espada, el noble romano cuenta que efectivamente ha visto el espectro de César en medio de la batalla (Julio Cesar). Cómo colofón consignamos que, en Marco Antonio y Cleopatra, Sexto Pompeyo trae a recuerdo está aparición, en conversación que sostiene con los triunviros, Octavio, Lepido y Marco Antonio. 

La música de las esferas es concepto que proviene de la interpretación de la cosmología aristotélica hecha por los medievales. Proviene de la estructura en esferas superpuestas, que conforma el cielo y dentro de la cual la tierra es el centro del universo. Las esferas superiores emiten sonidos en su movimiento, que se diseminan en las demás, escuchándose débilmente en las próximas a la tierra.  Los soldados de Marco Antonio escuchan, en el ambiente, una melodía inexplicable, que parece surgir de debajo de la superficie y que ellos interpretan cómo señal de que Hércules dejó de prestar protección olímpica a su general (Marco Antonio y Cleopatra). Pericles, gozoso por haber encontrado a su hija perdida, la princesa Marina, experimenta la ilusión auditiva y escucha una melodía, que nadie de los que con el está parece oír, y que según Pericles mismo es un fragmento de "la música de las esferas" (Pericles, príncipe de Persia ). Aunque provenga de el decálogo aristotélico, es una expresión de lo sobrenatural elaborado, con fines dramáticos, por el bardo de Avon. Terminamos con el cliché: esta selección mínima no agota, de ninguna manera, la presencia de lo sobrenatural en la obra de Shakespeare; solo da evidencia de que hay en ella elementos que pueden ser rastreados en el pasado mítico, como también los hay que apuntan a la elaboración que hace, del tema, la literatura del siglo XVIII y XIX; pero también que recuerdan las apagadas hogueras de la inquisición, con su acre olor a carne quemada.

20 de julio de 2023.

Magoc.

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