DE LA MUERTE Y LOS DIOSES.

Sin duda alguna es imposible vivir sin dudas, ya lo decía ese profesional del interrogatorio a si mismo que fue Renato Descartes. Las certezas monoliticas, los dogmas sólidos y los argumentos inquebrantables han sido víctimas de la más artera de las traiciones: la razón está en fuga y la sinrazon hace de las suyas quebrando la virginidad a los argumentos inquebrantables, fracturando la seguridad a las certezas monoliticas e inyectando la morfina heterodoxa en los dogmas ortodoxos. Nada hace más atractiva a una novela negra que un hermoso y sanguinolento cadáver, una humeante Smith and Weson y un feo asesino que bizquea y tiene joroba. Pero un asesinato sin cuerpo del delito es como fresas con crema...sin fresas. El Comité Internacional de Escritores Célebres ofreció un encargo al flematico Arthur Conan Doyle, con la promesa de que luego de la tirada de impresión, por miles de ejemplares, vendrían los filmes, en el Hollywood de los años cincuentas del siglo pasado. Oferta muy tentadora para el autor de El perro de Baskerville, Las aventuras de Sherlock Holmes, Estudio en escarlata y otras delicatessen al gusto de los consumidores de black roman. La misión parecia sencilla, dada la prosapia del elegido, y consistía en construir un bocado literario a partir de una afirmación luctuosa. El consagrado escritor paladeo las frases, sopesó la afirmación, se paseó mentalmente por los callejones oscuros y los muelles solitarios; imagino el asesino y sus motivos; lo retrato en su fantasía sosteniendo el arma, a contraluz de las mortecinas bombillas de poste telefónico. Pero cuando arribo a la escena, desde el panorama de su relato subjetivo, cayó en cuenta de algo: no había posibilidad de construir con palabras un cadáver de aquella magnitud. Después de mucho pensarlo, se convenció de que un argumento así podría lograr que su reputación de escritor, erigida a pulso de muchos años de  redactar para Sherlock Holmes y James Watson, corría el riesgo de naufragar en El mundo perdido, como el título de otra de sus obras.  La dama de los eternos bordados a crochet, Miss Marple,  se enteró por boca de alguna mucama, del señor Watson, del rechazo apabullante del jugoso contrato por parte del autor de Sherlock Holmes sigue en pie. La dulce anciana pensó que no estaba tan de pie cuando había dejado escapar oportunidad tan codiciada: 
- debe ser que Moriarty le escoce la conciencia desde la tumba - pensó la sugar momy. Ni corta ni perezosa le llevo la noticia a su alter ego, la señora Agatha Christie, y ambas trazaron una estrategia para llegar hasta las oficinas del financista y colocar sus servicios a la orden. Sorpresivamente antes de que anocheciera sonó el teléfono en casa de la autora de Asesinato en el Orient exprés, Diez negritos, Los cuatro grandes, y otros crímenes literarios célebres. Poirot, quien se hallaba de visita en la residencia de la Christie, fue testigo de excepción de la reacción de las acusiosas féminas al requerimiento telefónico: el editor de marras, habiendo recibido el rechazo imponente de Conan Doyle, ofreció el encargo a la señora inglesa, haciendo similar oferta que al amanuense del detective Holmes. La señora prometió pensarlo, como si de un adolescente pedido de noviazgo se tratara, y contestar al día siguiente. En cónclave el trío británico fue colocando, en perspectiva novelesca, las posibilidades que se presentaban: ante la imposibilidad de un cadáver, o por que éste era tan inmenso que sería imposible abordarlo; o porque era tan etéreo que no había nada concreto de él, Poirot sugirió presentar el occiso por partes, como un cuerpo tasajeado, pero la idea horrorizó a Miss Marple que prefería los fiambres completos; chorreando sangre pero con todos sus miembros completos. A la señora Christie le pareció muy atinado el razonamiento de su amiga del crochet. Además ellas casi siempre escogían casos de cuerpo presente, donde los límites de la muerte se podían evidenciar en las heridas abiertas o en el color verdoso de la piel tumefacta. Luego de mucho cavilar, después de despacharse varias jarras de te, llegaron a la conclusión de que la dificultad estribaba no en la ausencia de cuerpo, que al final podían simular con expresiones ad hoc, como hacía Shakespeare en sus plays; sino que el verdadero nudo gordiano estaba en asesinar lo que no puede morir
En las oficinas del Comité Internacional de Escritores Célebres los de la junta directiva y el CEO se veían desencajados ante este nuevo rechazo.
- ¿Y si lo intentamos con Simenon? - pregunto uno, con cierta timidez. El CEO aprobó con su cabeza, dando la impresión de que él estaba pensando lo mismo.
- ¿Hablamos del autor del Testamento Donnadieu y de Pedigree? - preguntó el que se sentaba a la izquierda del jefe.
- Hablamos del que trabaja para el inspector Maigret - afirmó alguno que daba muestras de inquietud.
- Encárgate del asunto. Llámale y hazle la oferta en los términos acordados - espetó el CEO dirigiéndose al que había hecho la sugerencia. Al día siguiente se supo que también el garrapateador de letras nombrado había repugnado la comisión.
- Un occiso, de esa catadura, es la antípoda de sus víctimas novelescas que oscilan entre sacerdotes remisos, maleantes del muelle, y prostitutas de calle innombrable - explicó el encargado con rostro de Shopenhauer abrumado. La situación era critica: tres creadores consagrados habían rechazado el contrato, con argumentos que impugnaban la figura de la víctima. En la reunión de trabajo, con carácter de urgencia, que se convocó para solucionar el caso se hicieron otras propuestas: alguno mencionó que conocía a un tal señor Ripley que podía ponerlos en contacto con Patricia Higsmith; otro relató un encuentro casual, en París, con un cierto James Bond que le dió una tarjeta de presentación con el número de su representante: Iang Fleming; un tercero nombró a un Nero Wolfe que siempre estaba acompañado por su asesor de nombre Rex Stout, a los que había conocido en el Cairo. Se barajaron otros nombres y se diseñaron nuevas estrategias, mediante la conformación de una comisión ad hoc en la que incluyó a profesionales con semblante de Voltaire, de Lovecraft y de Umberto Eco. 

Un día, uno de los redactores más grises, de aquellos que aún aporreaban teclados de máquina de escribir, se acercó hasta la oficina del CEO con el ejemplar de un pasquin escrito en idioma extranjero. El periódico de marras hablaba, en primera plana, de un caso de corrupción en el que se implicaba a un ministro y al mal uso de dinero destinado a medicinas para enfermos terminales. Un testigo afirmaba que  le había escuchado decir al presunto que al final no se salvarían de la muerte, mientras el imputado negaba toda la acusación desde un yate de lujo en que se hallaba de vacaciones. En páginas interiores, en la sección de cultura, el redactor tradujo al alemán, para los oídos de su jefe, un relato que hablaba de antigüos dioses ingresando al foro de un aula magna universitaria, dónde un público entusiasta les aplaude a rabiar; pero de pronto el ambiente se troca enrarecido, cuando uno de los agasajados emite un ominoso cloqueo y alguien gritó que los dioses no sabían hablar. El resto de la narración fue un sacar a relucir viejas Colts o ruinosas Smith and Weson y hacerlas entonar la canción luctuosa que borraba las últimas deidades del mundo terrenal. Un tal Jorge Luis Borges firmaba como autor del relato.
- ¡Esto es exactamente lo que andaba buscando! - expresó el entusiasta CEO - reflejar el crimen donde la víctima fuera un dios en términos de black roman. Un dios, varios dioses, igual es un decidio, que más da. Colócate en contacto con el escritor, hazle la oferta y publiquemos - ordenó entre expresiones gestuales de exaltación - ¡Dios ha muerto! ¡Dios ha muerto! - repetía una y otra vez el editor, estremeciendo el pliego de periódico entre sus manos. Encima del escritorio, del que así se manifestaba, en letras doradas sobre un reluciente rectángulo negro una placa anunciaba: CEO Federico Nietzsche.

06 de diciembre de 2023.
Magoc.

 

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