DE LA CADUCIDAD DE LA ETERNIDAD

 La eternidad es un concepto religioso que nació, según nos adoctrinó el pensamiento occidental, con los griegos. La falta de caducidad temporal, que no es otra cosa la eternidad, era cualidad inherente a los Dioses del Olimpo; los mismos que, según Eurípides, forjaban las desgracias de los humanos. Finitud es entonces, por definición, la antípoda de la intemporalidad olímpica. Pero como paso con el episodio infausto de Prometeo, los humanos se dieron maña para ir arrebatando trozos de este anhelado bien inmueble a los forjadores de su malaventura, Eurípides dixit. Así, la eternidad se fue fracturando en una serie de componentes, como los valores, las obras ya sea literarias o de arte, la memoria... De manera tal que, como gustaban expresar los del medioevo, la eternidad se dice también de los valores, se prédica de las obras, se argumenta del relato mnemico. Pero decir y aceptar, por ejemplo, que el amor de Romeo y Julieta - la obra clásica del bardo inglés - es una expresión del AMOR ETERNO, es una afirmación paradojal que debela la capacidad argumentativa del animal humano: asaltando las alturas olímpicas, echando a tierra los jardines colgantes de Júpiter-Zeus y su combo; sacando los ojos a la Esfinge mediante el ardido de plantear nuevos enigmas; echando las naves troyanas al mar para invadir la Helade y encerrar al mitomano Ulises en cualquier manicomio de Itaca; mediante este método se construyó otra derivación de la eternidad, ensamblada a partir de trozos de la finitud humana: aquí el sentido paradojal, una eternidad que es la suma de múltiples finitudes. Más como sucedió al vidente Edipo, antes de descubrir el vínculo familiar que lo unia a Yocasta, el siglo XXI VE y habla de las obras eternas, de los valores intemporales, sin avisorar siquiera la historia milenaria que subyace a esta concepción; historia de una eternidad que hace precisamente milenios, y exactamente en esa historia, se ha negado a sí misma. Quizás los primeros síntomas de esta negación los dejo ver Heráclito, cuando labró los versos de su poema expresando, palabras más y verdades menos, que lo único permanente es el cambio, precisamente porque eternidad es intemporalidad y la esencia de su antípoda, la temporalidad, es precisamente la mutación, la variación, en que se expresa el transcurso del tiempo. Todo esto para precisar que conceptos como obras intemporales, valores eternos, están manchados de temporalidad, inficcionados por el pecado original de la finitud: el AMOR ETERNO de los adolescentes shakespereanos caducó: hoy ninguna Montesco espera a su Capuleto en el balcón, para darle la pureza de su virginidad; pues hoy las nuevas Julietas tienen todos los Romeos que puedan desear si se suben, por ejemplo, al balcón de "Only Fans", al de Instagram, al de... O en última instancia, al de cualquier página porno. Este amor siglo XXI está hecho del ensamble del romántico afaire de Capuletos y Montescos, en contubernio con las veleidades del Kamasutra, glaseado con crema de sexo tántrico y decorado con las creaciones del gourmet Hugh Heffnert.  En otras palabras: hace milenios, y sin que los humanos o los dioses percibieran el hecho, la eternidad caducó.

Mago. Junio de 2023.

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